Page 136 - Aldous Huxley
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                  Uno por uno, y sin empujar, los mellizos se acercaron a la mesa. Primero dos varones,
                  después una hembra, después otro varón, después tres hembras, después...

                  El Salvaje seguía mirando. ¡Oh, maravilloso  nuevo  mundo!  ¡Oh,  maravilloso  nuevo
                  mundo! En su mente, la rítmicas palabras parecían cambiar de tono. Se habían mofado
                  de él a través de su dolor y su remordimiento, con un horrible matiz de cínica irrisión.
                  Riendo como malos espíritus, las palabras habían insistido en la abyección  y  la
                  nauseabunda fealdad de aquella pesadilla. Y ahora, de pronto, sonaban como un clarín
                  convocando a las armas. ¡Oh, maravilloso nuevo mundo!

                  -¡No empujen! -grito el delegado del subadministrador, enfurecido. Cerró de golpe la
                  tapa de la caja negra-

                  Dejaré de repartir soma si no se portan bien.


                  Los Deltas rezongaron, se dieron con el codo unos a  otros,  y  al  fin  permanecieron
                  inmóviles y en silencio.

                  La amenaza había sido eficaz. A aquellos seres, la sola idea de verse privados del soma
                  se les antojaba horrible.

                  -¡Eso ya está mejor! -dijo el joven.


                  Y volvió a abrir la caja.

                  Linda había sido una esclava; Linda había muerto; otros debían vivir en libertad y el
                  mundo debía recobrar su belleza. Como una reparación, como un deber que cumplir. De
                  pronto, el Salvaje vio luminosamente claro lo que debía hacer; fue como si hubiesen
                  abierto de pronto un postigo o corrido una cortina.


                  -Vamos -dijo el delegado del subadministrador.

                  Otra mujer caqui dio un paso al frente. -¡Basta! -gritó el Salvaje, con sonora y potente
                  voz-. ¡Basta!


                  Se abrió paso a codazos hasta la mesa; los Deltas lo miraban asombrados.

                  -¡Ford! -dijo el delegado del subadministrador, en voz baja-. ¡Es el Salvaje!

                  Lo sobrecogió el temor.


                  -Oídme, por favor -gritó el Salvaje, con entusiasmo-. Prestadme oído... -Nunca había
                  hablado en público hasta entonces, y le resultaba difícil expresar lo que quería decir-.
                  No toméis esta sustancia horrible. Es veneno, veneno.


                  -Bueno, Mr. Salvaje -dijo el delegado del subadministrador, sonriendo amistosamente-.
                  ¿Le importaría que ... ?

                  -Es un veneno tanto para el cuerpo como para el alma.
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