Page 22 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
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22                    EL  MUNDO  HELENÍSTICO


         La evocación de los destinos políticos del mundo griego en una época
      tan turbulenta será forzosamente breve. Contar aquí las interminables gue­
      rras que desencadenaron los generales de Alejandro para disputarse su Im­
      perio no es lo primordial. Desde 321, tras el asesinato del regente Perdicas,
      se efectuó un primer reparto eil Tdpargdiso: Macedonia para Antipatro,
      Egipto para Tolomeo., Tracía para Lisímaco, Asia Menor para Antigono
      Monoftalmos o el Tuerto, y Babilonia para Seleuco. Desele 306-305, todos
      ellos adoptaron el título de rey (Antipatro sería reemplazado por su hijo
      Casandro). Las luchas continuaron durante más de veinte años, marcadas
      por sangrientos episodios, como la humillación y la muerte de Antigono el
      Tuerto en Ipso (301), la de Lisímaco en Corupedio (281) y el asesinato de
      Seleuco a manos de Tolomeo Soter (280).
         En este último año, todos los sucesores (diadocos) directos de Ale­
      jandro habían desaparecido tras cuarenta años de esfuerzos, intrigas y
      conflictos para apoderarse de una parte del inmenso Imperto que no ha­
      bían sido capaces de gobernar en su conjunto. La situación se estabilizó
      con la constitución de tres grandes reinos: Egipto, para Tolomeo TI Fila-
      delío, hijo de Tolomeo I; Asia para Antíoco I, hijo de Seleuco; y Mace­
      donia,  que pasó muy pronto: a gobernar Antigono Gonatas, nieto del
      Tuerto. En ninguna otra época hubo luchas personales tan ásperas, ni
      generales tan intrépidos, ni alianzas, tan inestables.  ¡Qué admirable ga­
      lería de retratos, la del indotpa^ieTuerto, su hijo Demetrio I Poliorcetes
      («el conquistador de ciudades»)» tari ardiente en el combate como en las
      orgías, el implacable Seleuco, el astuto Tolomeo y el brutal Casandro!
      La generación siguiente*· la de los epígonos, no verá tantas ambiciones
      -—ningún príncipe desearía restablecer el Imperio universal que, durante
      largo tiempo, había sido la esperanza de los diadocos*—-, pero será testi­
      go de la consolidación general de los minos creados en medio de tantas
      pruebas.
         No es nuestro propósito, por otra parte, narrar las sucesivas campa­
      ñas  que  permitieron  a los  romanos  poner fin  a la  independencia  del
      mundo griego, ni analizar los motivos y pretextos de sus intervenciones
      o sondear los misterios de la sinuosa política del Senado y la codicia de
      los équités.  Unos  y otros  pertenecen,  de hecho,  a la  historia romana.
      Cuando estos eventos sean evocados» lo serán siempre desde el punto de
      vista de los griegos.
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