Page 19 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
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     lo de Siwa le convenció de que era hijo de Amón. Desde entonces, todo ίο
     que aconteciera iba a reforzar esa íntima convicción: sus grandes éxitos,
     sus proezas de exaltada valentía en los campos de batalla o su épica mar­
     cha hasta las orillas del Indo, que recordaba la conquista de la India por
     Dionisos. ¿Cómo no iba a creerse un dios alguien que había superado
     los límites de lo posible y había consumado todos los triunfos? No me­
     nos realista, sin embargo, percibió las ventajas que podía extraer de su
     divinidad: el culto al soberano, dios vivo y glorioso (de donde el sobre­
     nombre «Epifanio» de sus sucesores), era el unico capaz de ofrecer la in­
     dispensable unidad —más aña de la diversidad de las regiones,  de ios
     pueblos y de las religiones-—a un Imperio desmedido.

        La adopción consiguiente del ceremonial casi divino de los aquemé-
     nidas produciría las primeras resistencias entre los griegos, que no po­
     dían admitir la apoteosis de un hombre en vida y que se indignaban al
     versee obligados a la genuflexión, cuya verdadera naturaleza ignoraban
     en la corte del Gran Rey: un acto de fidelidad antes que de adoración.
     Ante ello, Alejandro se enfureció y pasó al ataque: Clíto íue asesinado y
     Calístenes, sobrino de su maestro Aristóteles, fue enviado a prisión. Po­
     co a poco, ios opositores se fueron debilitando. Atenas lo veneraba co­
     mo a un nuevo Dionisos. En el 324, las ciudades griegas delegaron teo-
     ros —embajadores enviados a los dioses— a Babilonia para coronario
     de oro. Se había fundado el culto real, la base más segura de la autocra­
     cia, heredero al mismo tiempo de las especulaciones del pensamiento
     griego y de las tradiciones monárquicas de Oriente.



     La m uerte del Titán

        Alejandro murió de repente, tras algunos días de agonía, cuando es­
     taba a punto de abandonar Babilonia (323),  Circularon  rumores des­
     honrosos acerca de muchos de sus familiares, pero ¿no era natural que
     la malaria arrebatase tan  rápidamente un cuerpo cosido a cicatrices  y
     agorado por las orgías, las cabalgadas y las noches de estudio?
        Doce años y medio de reinado. Es fácil trazar el balance negativo:
     violencias inútiles; excesos de un rey abandonado a las delicias de la hy~
     bm\ incomprensión de los griegos, inquietos ante la genuflexión y, más
     aún, ante la lusión de razas, frente a la que hubiesen preferido la dura
     servidumbre del vencido; y la desmesura geográfica de un Imperio que
     no sobreviviría a su creador. Pero ¿qué significan esas innegables taras al
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