Page 99 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 5



               ‘Tanque’ Rojas y Carmelo Simeone escribieron el fatídico resultado. A
               los 43 minutos terminó expulsado José Romanelly, un petiso bravucón
               y buen jugador que llegó de Uruguay. Le decían ‘Nerón’. Metía la
               pierna con dureza y tiempo después fue transferido a Emelec. En el
               club ‘Millonario’ descolló apropiándose de la banda derecha.


               Cuando terminó el partido ante Boca Juniors, ya estaba afuera del esta-
               dio. Acompañé al hospital a Esteban Allende, golero rosarino del De-
               portivo Quito que fue retirado de la cancha en ambulancia y requería
               atención médica. Sobre la marcha planeé un viaje a Mar del Plata, que
               luego desistí para tomarme un respiro. Tenía la idea fija de abandonar el
               fútbol. Estaba tan irritado, tan dolido, que finalmente fue así. Fue el 26
               de febrero de 1965. En Buenos Aires, a miles de kilómetros de la capital
               ecuatoriana. Habían pasado tres días de mi cumpleaños número 31.


               Recién 15 minutos o media hora antes de salir del hotel con dirección
               a Ezeiza, mi hermano Lucho que viajó en un Tour que acompañó al
               equipo se puso a preparar las maletas. En el aeropuerto compré una
               jirafa gigante de felpa y una señora me comentó que no me iban a
               dejar viajar con ella. “Si le dejan subir a usted, como van a impedir que
               suba el muñeco”, le contesté con ironía. Efectivamente, la jirafa llegó a
               Quito en mis brazos. Era un regalo para Ernesto, mi hijo mayor.


               En el viaje de regreso, en una especie de media luna que había en la parte
               trasera de la nave nos pusimos a jugar póker con los Arias Guerra, que
               eran dueños de Área, la compañía que nos trasladó hasta la Argentina.
               Siempre fui un hombre de palabra, a veces inflexible en mis decisiones.
               Dije: “no va más el fútbol y no fue más”.


               Me bajé de la nave de Área con la firme convicción de que se había
               cerrado una maravillosa etapa de mi vida y que debía pensar en forma
               urgente como replantear mis actividades. Ahí revivió el comerciante
               que también habitó siempre en mi interior. Convivió con mi faceta de
               futbolista, pero nunca pude matarlo.

               Hasta esta fecha, a mis 79 años de edad, nunca más he vuelto a
               calzarme los zapatos de fútbol. Nunca me presté para hacer el ridículo.

                                                Memorias de un triunfador   99
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