Page 2 - Bochaca Oriol, Joaquín Democracia show
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fuere, a defender la Democracia, el Derecho, los Derechos Humanos, el arancel de las margarinas,
o lo que se les ocurra decir a los detentores del Poder. Para él, tan práctico, tan positivista, cuenta
más un negociejo que su vida, y un aperitivo que su libertad. El cree en lo que le gusta creer y
precisamente en eso; en eso tan sencillo estriba su desgracia.
Le gusta creer en las verdades oficiales; en las versiones estereotipadas, en la Historia de los
textos. Es más cómodo. Así se va llevando a cabo la auténtica Historia, la Historia real, que, por
una simple cuestión de lógica elemental, no puede ser, ni siquiera parecerse remotamente, a la
Historia oficial. Si se admite, -y así es en la vida práctica de cada día- que en asuntos privados de
ámbito e importancia forzosamente limitados las cosas reales no son ni lo que parecen ni lo que se
dice, a efectos oficiales, a lo que se proclama pro-forma, es de una lógica abrumadora que en
asuntos de ámbito infinitamente mayor, y de intensidad agónica cual son los que abarca la gran
Política, que es, por su misma esencia, total, la disparidad, la dicotomía entre realidad y oficialidad
debe ser comparativamente, mucho mayor. Forzosamente debe ser así. Si todos están de
acuerdo en que los hombres trapisondean en sus asuntillos privados, triviales en su fondo y en su
forma, a fortiori deben estarlo en que en asuntos de gravedad infinitamente mayor y ámbito total
trapisondearán -para expresarnos en esa forma llana y banal- infinitamente más. Pero, ya lo
hemos dicho, pensar en eso le da pereza al hombre-masa. Y prefiere aceptar, sin ulterior análisis,
la versión oficial, homologado, de los hechos.
Los amigos lectores que me han hecho el honor de leer todos o alguno de mis libros
precedentes, saben que propugno la tesis de que hay poderes fácticos por encima de los oficiales;
que existe una verdadera conspiración histórica, secular y universal y que, como decimos más
arriba, existe una realidad histórica que se contrapone a la verdad oficial
Esto es así, y siempre ha sido así y siempre será así, y nos tememos que no puede ser de otra
manera. Hay trasfondos históricos que solo se saben décadas después de haberse producido los
hechos, y los hay que solo se intuye como debieron ocurrir. Para los demás, ni siquiera esto. No
obstante con documentación, voluntad y sentido común, y, sobre todo, con independencia de
criterio, con esa famosa libertad de pensamiento de que tanto blasonan los apodados liberales y
que tan poco ponen en práctica, se puede -se debe- discernir la Intra-Historia. Incluso, y
especialmente, la contemporánea.
Ahora bien, esa Intra-Historia, o el hilo rojo de esa conspiración, como la llamaba Henry Ford, tiene
un trazado perfecto el cual, no obstante, muy a menudo se encalla, por las imperfecciones de los
hombres encargados de ponerlo en práctica. Es el inconveniente mayor que tienen los
testaferros, los hombres de pala, por muy pomposos que sean sus títulos oficiales y su posición.
Son listos, son ambiciosos, no tienen escrúpulos, pero, por regla general, les falta inteligencia.
Además, muy a menudo, no son siquiera listos. Son medianías, mediocridades intelectuales
extraídas con fórceps del anonimato, para llevar a cabo una determinada misión. Si a ello
añadimos la innata tendencia humana al error, a la torpeza, comprenderemos los achaques,
interrupciones y desvíos padecidos por el Plan, que es magistral y que, al no oponérsele
prácticamente fuerza alguna, por ser desconocido por los más e interesadamente solapado por los
influyentes colocados en las fachadas del mando oficial, debiera ser irresistible.
Este no es un libro contra nadie. Hemos querido compilar, seleccionándolos dentro de lo
posible, una antología de los dislates, estupideces, torpezas, errores, tonterías y meteduras de
pata de hombres prominentes en el curso de la Historia de este torturado Planeta. Naturalmente,
y por razones de proximidad en el tiempo, nos hemos detenido con mayor asiduidad en las
curiosidades y simplezas, los contrasentidos y aberraciones modernas, y aún contemporáneas. A
ello nos ha movido, no sólo la aludida razón de proximidad, si no también la de ejemplaridad. Y,
en menor grado, la de facilidad, pues, conforme avanzan -o progresan, como gustan presumir- los
hombres por el siglo de las luces, más cegados parecen y más trompicones se dan.