Page 4 - Bochaca Oriol, Joaquín Democracia show
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dijo a Mozart Demasiado ruidoso, mi querido Mozart. Demasiadas notas. Por este camino nunca
                  llegarás a nada. Y Philip Hale, un crítico musical de Boston, escribió en un periódico, en 1837 Si la
                  Séptima Sinfonía de Beethoven no es abreviada, por el medio que sea, pronto caerá en el olvido. A
                  veces, el chauvinismo interviene y se logran perlas tan delicadas como la de John Hunt, estadista
                  inglés del siglo XIX que afirmó, majestuosamente Rembrandt no puede ser comparado en la
                  pintura de expresiones, con nuestro extraordinario genio de la pintura inglesa, Mr. Rippingille. Y
                  más grave es, aún, cuando la perla es elaborada por una personalidad indudablemente cualificada
                  He interpretado la música de ese granuja de Brahms. ¡Vaya bastardo tan incapaz! Me molesta que
                  esa infatuada mediocridad sea considerada un genio (Diario de Tchaikovsky, 9 de octubre de
                  189'6).
                  El arte de equivocarse es viejo como el mundo. Sus manifestaciones abarcan todos los campos de
                  la actividad humana. Hemos citado unos cuantos ejemplos significativos.    Pero aquí nos
                  ocupamos de las tragicomedias, errores, absurdos y situaciones pintorescas de la Historia.    Para
                  entrar en materia, pues, hemos elegido la última frase pronunciada por el General nordista John
                  Sedgwick, que murió en la batalla de Spotsylvania, en 1864, durante la Guerra de Secesión
                  norteamericana.  Sedgwick asomó la cabeza por encima de un parapeto, y dijo

                  Estos malditos sudistas no saben disparar. ¿Por qué tiran desde tan lejos ¡Qué manera de
                  malgastar municiones!    No podrían alcanzar ni a un elefante desde esta dista... ( l ).




                  SUBLIMES PALABRAS

                  Ciertas personas tienen la desagradable costumbre de poner en paralelo las palabras de gigantes
                  de la Historia con sus hechos, reprochándoles que éstos no concuerden con aquéllas.    No
                  estamos de acuerdo con tan utilitario punto de vista. En efecto, ¿qué demuestra eso ¿Con qué
                  derecho se extraen conclusiones de las aparentes contradicciones entre ciertos actos y ciertas
                  promesas, para criticar a los hombres que hicieron tales promesas y cumplieron tales actos ¡Como
                  si no se tratara de dos clases de fenómenos totalmente distintos, totalmente independientes y cuyo
                  antagonismo no adopta una tonalidad ética más que en los cerebros anacrónicos tarados por el
                  formalismo pequeño-burgués!
                  Una cosa es lo que se dice. Y otra cosa, lo que, se hace. Tanto, en un caso como en el otro, hay
                  razones para ello. Y en el intervalo que separa al verbo de la acción, razones diferentes pueden
                  muy bien substituir a las razones originales.    Estamos por decir, incluso, que esto es lo que más a
                  menudo sucede. Pues la acción, está habitualmente motivada por consideraciones de un grosero
                  utilitarismo. Mientras que el verbo está emparentado, casi siempre, con la poesía, con ese deseo,
                  tan humano, de superarse; de dar a su comportamiento una coloración ventajosa. El lustre señorial
                  es, ante todo, un problema de vocabulario. Y cuando logra expresarse en alejandrinos alcanza,
                  entonces, la perfección. Iremos más lejos a veces, en la Historia de los hombres, lo que
                  verdaderamente tiene importancia, lo que pasa por delante de todo, es lo que se dice.    No lo que
                  se hace.    Los actos vuelan; las palabras quedan.
                  En La Rochelle (Francia) se muestra a los turistas maravillados la mesa de madera que el alcalde
                  Guitton, cercado por las tropas de Richelieu, pinchó con su daga. Así apuñalaré yo -proclamó- a
                  quien quiera que me hable de capitulación. Luego, capituló muy juiciosamente, y como ese
                  calvinista se hallaba dotado de un sólido sentido práctico, se hizo garantizar, en el acta de
                  capitulación, que él conservaría sus funciones de alcalde.    Pero lo que ha quedado en la Historia
                  es el dagazo en la mesa de ese resistente indomable.
                  ¿Qué dijo Luis XIV, en1709, al Mariscal Des Villars Pues que él estaba dispuesto a morir a la
                  cabeza del Ejército. Noble resolución. Pero las circunstancias no se prestaron al cumplimiento de
                  ese ferviente deseo y no se podría, decentemente, reprochar al Rey Sol, de haberse muerto en su
                  cama, seis años, más tarde.
                  Como tampoco se podría reprochar a los marinos del Vengeur por haber bajado su pabellón e
                  izado bandera blanca en el combate de Ouessant en 1794, Además, ¿quién sabe, hoy, a parte
                  ciertos maníacos de la Historia no-oficial que ese pabellón se bajó y la bandera blanca subió, en su
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