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EL ARTE DE EQUIVOCARSE


                  Equivocarse es un don natural. No se puede aprender. He aquí, para ir entrando en materia,
                  algunas predicciones y aseveraciones de algunos genios del error.
                    El primer día de la Creación Dios hizo la luz... En el segundo día, el sol, la luna y las estrellas. (La
                  Biblia, autor desconocido).Es lógico. Para hacer algo, lo primero que se necesita es luz, claridad.
                     Pero tal opinión no la compartía el Doctor John Lightfoot, Vice-Canciller de la Universidad de
                  Cambridge quien, en 1858, poco antes de que Darwin publicara su Origen de las Especies, declaró
                  con precisión reservada a los genios Los cielos y la tierra fueron creados en el mismo instante, el
                  día 23 de octubre del año 4004 antes de Jesucristo, a las nueve de la mañana. Los cálculos para
                  llegar a tan encomiable precisión, las nueve de la mañana (madrugada para los perezosos)
                  debieron ser, forzosamente, tan abstrusos, que el ilustre doctor no se tomó la molestia de intentar
                  explicárselos a su admirado auditorio. Las nueve horas de un año capicúa antes de la venida del
                  Mesías.

                  No obstante, a veces sí se dignan los sabios darles explicaciones a los simples mortales.    Viajar
                  en ferrocarril a velocidades superiores a las veinte millas por hora no será nunca posible, digan lo
                  que digan los farsantes, porque los pasajeros, al no poder respirar, morirían de asfixia. Esto afirmó
                  Dyonisius Lardner, profesor de Filosofía y Astronomía de la Universidad de Londres, hacia 1850.
                  Este sabio tenía una mente lógica y -al revés del Doctor Lightfoot, descubridor de la fecha de la
                  creación del mundo- gustaba de razonar sus aseveraciones.    Y así como deducía que los
                  pasajeros no podrían respirar y lógicamente, se asfixiarían, si viajaban en trenes cuya velocidad
                  llegara a los treinta kilómetros por hora, también explicaba porqué los buques de vapor nunca
                  podrían llegar a cruzar el Atlántico, toda vez que se necesitaría una cantidad de carbón muy
                  superior a la que podrían llevar consigo.
                  Pero el Destino, a veces, es cruel con los grandes hombres. Unos meses después, el Great
                  Western cruzaba el Atlántico.
                    Como el primer aeroplano, construido por los hermanos Wright, volaba dieciocho meses después
                  de que Simon Newcomb, el más grande de los astrónomos americanos del siglo XIX y principios
                  del XX, declarara El vuelo, llevado a cabo por máquinas más pesadas que el aire es algo contrario
                  a la práctica; el simple sentido común de un niño comprende que es imposible.
                  Ernst Mach (1838-1916) profesor de Física en la Universidad de Viena, soltó esta frase soberbia en
                  defensa de la Ciencia ante los embates de la superstición Puedo, aceptar tan poco la teoría de la
                  relatividad como la existencia de los átomos y demás dogmas idiotas. Soy un hombre de Ciencia;
                  no un ignorante clérigo.

                  Más aún. El gran físico inglés Ernest Rutherford, después de haber logrado desintegrar el átomo
                  por primera vez, en 1924, tuvo el valor de decir La energía producida por la ruptura del átomo es
                  algo muy pobre. Quien espere una fuente de energía de la transformación de esos átomos piensa
                  en tonterías.
                  Los citados artistas del error han sido, recordados por la posteridad agradecida. En cambio, el
                  buen padre Matheu, ha sido injustamente sepultado en el olvido. En una hoja diocesana
                  barcelonesa escribió, hacia el año 1753 ... Nos llegan noticias de que en la lejana América del
                  Norte, un sujeto llamado Benjamin Franklin, embauca a sus conciudadanos haciéndoles creer que
                  ha descubierto una máquina infernal que contrarresta los efectos del rayo, en verdad que la
                  desfachatez de esos impíos no parece conocer límite. ¡Perdéis el tiempo, descreídos! ¡Nunca
                  lograrais arrebatar a Dios sus poderes! ¡Y ojalá que el rayo de la justa cólera divina no caiga sobre
                  vuestras débiles cabezas!.

                  Otras cabezas han    parido sentencias absurdamente pintorescas en el campo de las Artes.    Así,
                  por ejemplo, cuando el Kaiser Fernando tras escuchar, por primera vez, Las Bodas de Fígaro, le
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