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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       S.S., luego redactan programas de acción para la postguerra. Así, sin discriminacion alguna:

                       [182]
                                     «En Buchenwald, el comité central de la fracción comunista agrupaba
                                alemanes, checos, un ruso y un francés.» (Página 166.)
                                     «Desde 1944, se preocupaban de las condiciones que se crearían para la
                               liquidación de la guerra. Tenían un gran miedo a que la S.S. les matase entes. Y no
                               era un miedo imaginario.» (Página 170.)
                                     «En Buchenwald, aparte de la organización comunista que alcanzó sin duda
                               un grado de perfección y de eficiencia único en los anales de los campos, hubo
                               reuniones más o menos regulares entre elementos políticos que iban desde los
                               socialistes a la extrema derecha, y que preparaban un programa de acción común
                               para el regreso a Francia.» (Páginas 80 y 81.)

                            Todo esto es lógico: lo discultible es el hecho que sirve de punto de partida.
                            Hubo en todos los campos, ciertamente, aproximaciones entre los detenidos y discretas
                       formaciones de grupos: por afinidades y para soportar major la suerte común (en la masa), por
                       interés para conquistar el poder, para conservarlo o para ejercerlo mejor (en la
                       Häftlingsführung).
                            Tras la liberación los comunistas han podido hacer creer corroborados en esto por
                       David Rousset, que la base de su asociacyón era la doctrina a la cual habían conformado sus
                       actos. En realidad, esta base era el provecho material que podían sacar en cuanto a la
                       alimentación y a la salvaguardia de la vida los que formaban parte de la asociación. En los dos
                       campos que he conocido, la opinión general era que todo «comité», político o no, comunista
                       o de otro tipo, tenía principalmente el carácter de una asociación de ladrones de alimentos,
                       bajo cualquier forma que fuese. Nada vino a desmentir esta opinión. Por el contrario, todo la
                       corroboraba: los grupos de comunistas o de otros políticos enfrentándose; las modificaciones
                       en la composición de aquel grupo de entre ellos que detentaba el poder, y que siempre
                       ocurrían tras las diferencias sobre la repartición de lo obtenido en los pillajes; la distribución
                       de los puestos de mando, que seguía idéntico proceso, etc., etc.
                            Durante las semanas que pasé en el bloque 48 de Buchenwald, un grupo de presos que
                       acababa de llegar decidió tomar en sus

                       [183] manos el estado de ánimo de la masa. Poco a poco fue obteniendo cierta autoridad, y,
                       en especial, las relaciones entre el jefe de bloque y nosotros terminaron por hacerse sólo por su
                       conducto. Reglamentaba la vida en el bloque, organizaba conferencias, designaba los
                       servicios, repartía la comida, etc. Daba lástima ver el concierto de adulaciones rastreras de
                       todo tipo que ofrecían los que formaban parte de él al omnipotente jefe de bloque. Un día, el
                       principal animador de este grupo fue atrapado por uno de la masa a punto de repartirse con
                       otro unas patatas que había sustraído de la ración común...
                            Eugen Kogon cuenta que los franceses de Buchenwald, los únicos que recibían
                       paquetes de la Cruz Roja, decidieron repartirlos equitativamente con todo el campo:

                                     «Cuando nuestros camaradas franceses se declararon dispuestos a repartir una
                               buena parte de ella entre todo el campo, este acto de solidaridad fue recibido con
                               agradecimiento. Pero el reparto estuvo organizado en forma escandalosa durante
                               algunas semanas; en efecto, no había más que un solo paquete por cada grupo de
                               diez franceses..., mientras que sus compatriotas encargados de la distribución, que
                               tenían a su frente al jefe del grupo comunista francés en el campo ( ) reservaban para
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                               ellos montones de paquetes, o los utilizaban en favor de sus amigos destacados.»
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                            David Rousset distingue por otra parte un lado nocivo en este estado de cosas,
                       supuesto que no haga de ello una causa dirimente o esencial del horror, cuando escribe:

                                     «La burocracia no sirve solamente a la gestión de los campos: ella está
                               totalmente acoplada en su cúspide al comercio con la S.S. Berlín envía paquetes de



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                         Esta distinción le había sido acordada por la pandilla reinante. Se trata de Marcel Paul. (Véase la pág. 80.)

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