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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       No es menos natural que Le Figaro Littéraire  y David Rousset hayan terminado por
                       encontrarse. Basta con observar que apoyándose mutuamente, su intervención concertada no
                       trae nada nuevo a la discusión al venir después de los testimonios auténticos de Victor Serge,
                       Margaret [Buber-]Neumann, Guy Vinatrel, mi amigo Vassia etc., no aporta nada nuevo salvo
                       un testimonio más sobre acontecimientos no vividos, y no hace más que registrar la quiebra
                       de una política en provecho de otra que quebrará infaliblemente, si no ante nuestros ojos al
                       menos ante la historia.
                            A estos elementos sospechosos que dependen, el primero del maquiavelismo de un
                       periódico y el segundo de la capacidad de un hombre para ajustar su comportamiento según
                       los deseos de los poderosos del momento en los diferentes mundos que le cuentan
                       alternativamente entre sus miembros, hay que añadir los que resultan de la experiencia. En
                       1939 y en los años precedentes, se destacaron de la misma manera los abusos de la Alemania
                       hitleriana. En la prensa no se hablaba más que de ellos. Todo lo demás se olvidaba: nadie
                       ponía en duda que se preparaba ideológicamente la guerra para la cual se creían materialmente
                       preparados.
                            Efectivamente, se hizo la guerra...
                            Hoy, en toda la prensa no se habla más que de los abusos de la Rusia soviética en el
                       terreno del humanismo, y exclusivamente de los de la Rusia soviética. Se olvida todo lo
                       demás, y principalmente los problemas planteados por el uso, extensible hasta el infinito, del
                       campo de concentración como medio de gobierno. Las mismas causas producen los mismos
                       efectos...
                            La opinión pública, desengañada par casi todo lo que se le ha dicho de los campos
                       alemanes, por la forma en la cual de una y otra parte se le presentan los campos rusos, y por el
                       silencio que se guarda sobre los demás, presiente todas estas cosas y parece esperar que se le
                       hable en el lenguaje de la objetividad, demostrándole al mismo tiempo la realidad de los
                       hechos.
                            Ahora bien, en esta materia el lenguaje de la objetividad no tiene necesidad ni de
                       muchas precauciones ni de muchas palabras. El caso

                       [318] de los campos de concentración, del trabajo forzado y de la deportación, sólo puede ser
                       examinado bajo el aspecto humano y dentro de la definición de las relaciones entre el Estado y
                       el individuo. En todos los países existen los campos, en potencia o bien realmente,
                       cambiando estos últimos de clientela con los azares de las circunstancias y según los
                       acontecimientos. Los hombres se encuentran amenazados en todas partes y para los que
                       actualmente están recluidos no hay posibilidades de salir más que en la medida en que los que
                       todavía no han pasado par ellos están destinados a entrar.
                            Es contra esta amenaza frente a la que hay que sublevarse, y es al campo en sí mismo
                       al que hay que hacer alusión, independientemente del lugar en que se encuentre, de los fines
                       para los cuales sea utilizado y de los regímenes que lo empleen. De la misma manera que
                       contra la prisión o la pena de muerte. Todo particularismo, toda acción que designe a la
                       vindicta a una nación antes que a otra, que tolere los campos en ciertos casos, explícitamente
                       o por omisión calculada o no, debilita la lucha individual o colectiva por la libertad, la desvía
                       de su sentido y nos aleja del fin en vez de acercarnos a él.
                            Desde este punto de vista, se juzgará un día el agravio que se hizo a la causa de los
                       Derechos del hombre cuando la IV República admitió que los colaboracionistas o reputados
                       como tales, fuesen encerrados en los campos como lo fueron los no conformistas de 1939 y
                       los resistentes de la ocupación.
                       Para hablar en estos términos, evidentemente hay que preocuparse bastante poco de ser
                       clasificado en el partido de los antiestalinianos o de los antiamericanos, y es necesario tener
                       bastante dominio de sí mismo para separar en el propio espíritu tanto al régimen soviético de
                       la noción de socialismo como al régimen norteamericano de la democracia: que uno de ambos
                       regímenes es menos malo que el otro es indiscutible, pero esto solamente acredita que el
                       esfuerzo a realizar par los que viven a un lado del telón de acero deberá ser menor que el de los
                       que viven al otro... Y lo que hay que invocar aquí no es una fidelidad de antiguos deportados,
                       que sólo puede colocar a la opinión pública ante la elección entre dos posiciones anti o dos
                       posiciones pro: es la fidelidad de una élite a su tradición, que es definirse a sí misma por
                       medio de su propia misión, y no cumplir la de los demas.







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