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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       nada más en aquel entonces: podía presentar al mismo tiempo a sus propios guardianes como
                       modelos de humanidad...
                            En cuanto a los no comunistas, la cosa es diferente, y no quisiera decidirme a la ligera.
                       Al lado de los que no han comprendido su aventura, están los que han creído realmente en la
                       moralidad de los comunistas, los que han soñado una entente posible con la Rusia de los
                       soviets para el establecimiento de una paz mundial, fraternal y justa en la libertad, los que han
                       pagado una deuda de agradecimiento, los que han seguido la corriente y han dicho ciertas
                       cosas porque era la moda, etc. Están también los que han pensado que el comunismo anegaría
                       a Europa, y que, habiéndole visto obrar en los campos de concentraci6n han juzgado prudente
                       el tomar algunas seguridades para el porvenir.
                            La historia una vez más, se ha burlado de las pequeñas imposturas producto de la
                       imaginación humana. Ha seguido su curso y ahora hay que adaptarse a ella. Los cambios de
                       posición no son fáciles, y, par tanto, hacer ésto tampoco será fácil.
                            Queda par definir la importancia de los hechos en su materialidad y por juzgar la
                       oportunidad de esta obra. En un artículo ( ) que causó sensación ( ), Jean-Paul Sartre y
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                       Merleau-Ponty escribieron:
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                               sadismo, la religión de la muerte, el nihilismo que – unidos paradójicamente a intereses concretos, y
                               bien de acuerdo o bien en lucha  con ellos – han acabado por producir los campos nazis de
                               exterminio.»
                       [312]
                            Si se acepta la versión sobre los campos alemanes que ha hecho «oficial» una
                       unanimidad cómplice en los testimonios, hay que reconocer que Sartre y Merleau tienen razón
                       frente a David Rousset. Entonces se ve adónde puede conducir esto, tanto en la apreciación del
                       régimen ruso como en el examen del problema de los campos de concentración en sí. Esto no
                       quiere decir que si no se la acepta se dé con eso mismo la razón a David Rousset: lo peculiar
                       de los hechos discutibles en su contenido es precisamente el que no son susceptibles de
                       interpretaciones valederas.
                            Si se recurre a la razón pura, y si se promueve la objeción filosófica o doctrinal, se cae
                       en la retórica y se situa uno en un punto muy vulnerable. La retórica tiende fácilmente al
                       sofisma, a los malos raciocinios, incluso a la divagación. Sus atractivos, por seductores que
                       sean, son siempre discultibles pero raramente convincentes. Y sus abstracciones
                       exclusivamente especulativas hacen suponer por tanto que no proceden de métodos más
                       rigurosos.
                            Asimismo, las razones de sentido común son de distinto peso que las de la escolástica,
                       aunque de menor valor en lo o lo intrínseco.


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                            Sin duda alguna, la psicosis creada en Francia desde la liberación par ciertos relatos,
                       discutibles en su mayoría más por lo que tienen de interpretación que de testimonio, permite
                       escribir impunemente:

                                     «... al leer los testimonios de antiguos detenidos, no se encuentra en los campos soviéticos el
                               sadismo, etc.»
                            Pero esta psicosis sólo asegura la tranquilidad de conciencia a aquéllos cuya actitud es
                       generalmente anterior a toda reflexión y que, por añadidura, no han vivido ninguna de ambas
                       experiencias. De una parte, no puede olvidarse que en Francia y en el mundo occidental los
                       supervivientes de los campos soviéticos son mucho menos numerosos que los de los campos
                       nazis, y que si bien no se puede decir a priori de sus testimonios que están inspirados en una
                       mayor veracidad o en un sentimiento más aceptable de la objetividad, no se puede sin
                       embargo negar que han sido dados a conocer en tiempos majores. De otra, todos los


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                         Los días de nuestra vida, en "Les Temps modernes" (enero de 1950).
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                         en el café de Flore. (Nota de Albert Paraz.)

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