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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       comportamiento de los presos políticos en los campos de concentración. Pero esta necesidad
                       política no es todavía evidente más que en el espíritu de cierta clase: la clase dirigente, que
                       acerca del comunismo sólo guarda en la memoria lo que la amenaza de un modo directo y a
                       ella exclusivamente. Es por lo que todavía no se sigue conociendo más que una parte de la
                       verdad: sólo se la conocerá enteramente el día en que las otras clases sociales, y especialmente
                       la clase obrera, se hayan fijado a su vez en los no menos oscuros designios del comunismo en
                       lo que se refiere a ellas y en su verdadera naturaleza.
                             Evidentemente esto tardará en llegar.
                             Sin embargo, ahora tenemos la suerte de ver multiplicarse en la literatura, las
                       declaraciones del mismo género que ésta que Manés Sperber pone en boca de uno de sus
                       personajes, ex deportado político:
                                     «En el terreno político, no hemos flaqueado, pero, en el aspecto humano, nos hemos
                               encontrado del lado de nuestros guardianes. La obediencia, en nosotros, iba al encuentro de sus
                               decisiones ... » (Y el matorral se hizo cenizas.)
                             A la larga, estas confesiones saldrán a la luz, liberándose de la contradicción que
                       consiste en pensar que se puede flaquear en el terreno humano sin ceder en el plano político, y
                       no quedará más que: «Nos hemos encontrado del lado de nuestros guardianes.»

                       [306] Sin duda habrán perdido entonces este carácter de excusa voluntaria que ellos mismos se
                       querían dar, pero habrán ganado en el sentido de una sinceridad tan conmovedora que la
                       disculpa absolutoria vendrá del público, lo cual será mucho mejor.
                             Otra cosa extraña: mientras que la literatura en su conjunto, y no sólo la relativa a los
                       campos, no siempre busca esta explicación más que superándose ella misma en la descripción
                       de las crueldades de  todo tipo del enemigo, mientras que los historiadores, cronistas y
                       sociólogos ceden a este fetichismo del horror que es el signo característico de nuestra época, el
                       sentimiento popular, por el contrario, ya se manifiesta por reacciones de una inesperada
                       circunspección, como atestigua este extracto de la carta de un lector, publicada por Le Monde
                       el 17 de julio de 1954:

                                     «El  que haya podido suceder todo esto no se explica solamente por la bestialidad de los
                               hombres. La bestialidad está limitada, sin saberlo ella, por la moderación del instinto. La naturaleza es
                               ley sin saberlo. El terror que nos ha sobrecogido nuevamente al leer las reseñas de Metz ha sido
                               engendrado por nuestras paradojas de intelectuales, por nuestro aburrimiento de antes de la guerra,
                               por nuestra pusilánime decepción ante la monotonía del mundo sin violencia, por nuestras curiosidades
                               nietzscheanas, por nuestro hastiado semblante con respecto a las «abstracciones» de Montesquieu, de
                               Voltaire, de Diderot. La exaltación del sacrificio por el sacrificio, de la fe por la fe, de la energía por
                               la energía, de la fidelidad por la fidelidad, del ardor por la vehemencia que proporciona, la llamada al
                               acto desinteresado, es decir, heroico: he aquí el origen permanente del hitlerismo.
                                     »El romanticismo de la fidelidad por sí misma, de la abnegación por sí misma, unía a estos
                               hombres que ó verdaderamente – no sabían lo que hacían, a no importa quién y para cualquier
                               tarea. La razón consiste precisamente en saber lo que se hace, en pensar un contenido. El principio de
                               la sociedad militar en el que la disciplina suple al pensamiento, en el que nuestra conciencia está fuera
                               de nosotros, pero que en un orden normal se subordina a un pensamiento político, es decir universal, y
                               de él extrae su razón de ser y su nobleza, se encontraba solo – ante la desconfianza general
                               con respecto al pensamiento razonable supuestamente ineficaz e impotente – para gobernar el
                               mundo.
                                     »Desde entonces pudo hacer todo del hombre. El proceso de Struthof nos trae a la memoria,
                               frente a las metafísicas demasiado orgullosas, que la libertad del hombre sucumbe en el sufrimiento
                               físico y en la mística. Con tal que aceptase su muerte, hace poco todo hombre podía pretender ser
                               libre. Vemos por consiguiente que la tortura física, el hambre, el frío o la disciplina, más fuertes
                               que
                       [307]
                                la muerte, rompen esta libertad. Incluso en sus últimas posiciones, allí donde se consuela de su
                                impotencia de actuar, de permanecer como pensamiento libre, la voluntad ajena penetra en ella y la
                                esclaviza. La libertad humana se reduce de este modo a la posibilidad de prever el peligro de su
                                propia decadencia, y a defenderse contra ella. Hacer leyes, crear instituciones racionales que le
                                ahorrarían las pruebas de la abdicación, ésta es la única oportunidad favorable del hombre. El
                                romanticismo de lo heroico, la pureza de los estados de ánimo que se bastan a sí mismos, hay que
                                sustituirlos nuevamente, colocando en su lugar – que es el primero – la contemplación de
                                las ideas que hace posibles las repúblicas. Estas ú1timas se desmoronan cuando ya no se lucha más
                                por algo sino por alguien.





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