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RASSINIER : La mentira de Ulises



                            Que hayan sido realizados exterminios con gas me parece posible, aunque no cierto: no
                       hay humo sin fuego. Pero que hayan sido generalizados hasta el punto en que la literatura
                       sobre los campos de concentración ha intentado hacerlo creer, y dentro de un sistema
                       organizado posteriormente, es falso con seguridad. Todos los oficiales de caballería de
                       nuestras colonias tienen un látigo, del cual les está permitido hacer uso, tanto según la
                       concepción personal que tengan de la presunción militar como según el temperamento de su
                       caballo: la mayoría se sirven también de él para golpear a los autóctonos de los países donde
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                       causan estragos. Del mismo modo, puede que algunas direcciones de campos ( ) hayan
                       empleado para asfixiar cámaras de gas destinadas para otro uso.
                            Una vez que hemos llegado a esto, la última cuestión que se puede plantear es la
                       siguiente: ¿por qué los autores de testimonios han acreditado con un espíritu de cuerpo tan
                       notable la versión que sobre esto circula?
                            Sencillamente: porque habiéndonos robado sin la menor vergüenza en lo que a
                       alimentos y vestidos se refiere, habiéndonos maltratado, zaberido, golpeado hasta tal punto
                       que no se podría describir, y que ha causado la muerte al 82 por 100 de nosotros – como
                       dicen las estadísticas -, los supervivientes de la burocracia de los campos de

                       [298] concentración han visto en las cámaras de gas el único y providencial medio de explicar
                       todos estos cadáveres, y de poderse disculpar de ellos ( ).
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                            Pero esto no fue lo peor: el colmo es que hayan encontrado historiógrafos
                       complacientes.
                            Por lo demás, no es nuevo en nuestra literatura el tema del ladrón que grita más fuerte
                       que su víctima, y ahoga su voz para desviar la atención de la multitud.
                            Nadie se ha preguntado nunca por qué no fue posible – salvo en la época de los
                       cupones suplementarios de racionamiento, que era lo único que unía entre sí a los deportados
                       – el constituir asociaciones viables de deportados, de tipo departamental o nacional. Esto se
                       debió a que la masa de supervivientes no tiende a reunirse en agrupaciones fraternales bajo las
                       órdenes de los aduladores de sus antiguos guardianes, que son casualmente los promotores de
                       los diferentes movimientos que intentan atraerla.
                            Los otros elementos de la respuesta a la doble pregunta que planteaba hace un
                       momento, se encontrarán a lo largo de la obra, y más especialmente en su conclusión.


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                            Uno de los elementos de esta respuesta no figura sin embargo en la obra: lo constituye
                       el proceso del campo de Struthof, que aún no había tenido lugar en las fechas en las cuales
                       fueron escritas ambas partes.
                            Al igual que el libro del doctor Nyisz1i Miklos este proceso puso en evidencia cierto
                       número de inverosimilitudes respecto a las causas de la muerte de los que estuvieron
                       detenidos en este campo.
                            Al leer las conclusiones dictadas por el Comisario del gobierno contra los acusados,
                       que eran médicos de la Facultad de Estrasburgo a los que se acusaba de las experiencias
                       médicas que habían hecho con presos, me encuentro, según el periódico Le Monde, con lo
                       siguiente:

                                     l.* «Que a uno de ellos, se le acusa de haber ordenado la muerte de 87 israelitas, hombres y
                                mujeres, llegados de Auschwitz, y que fueron ejecutados en la cámara de gas para enviar sus
                                cadáveres rápidamente a Estrasburgo, con el fin de proveer las colecciones anatómicas del
                                catedrático alemán.»
                       [299]


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                         ¡Y esto no acusa solamente a la S.S. !
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                          Esta tesis ha sido confirmada de brillante manera por el señor de Chevigny, ante el consejo de la República, el
                       22 de julio de 1953. El señor de Chevigny, senador de un deportamento del Este y ex deportado en Buchenwald, ha
                       revelado que «los alemanes habían dejado a los presos formar su propia policía, y que para cumplir las ejecuciones
                       prematuras - ¡sin cámaras de gas! - siempre se encontraban aficionados con una gran pasión para esto. Todos o
                       casi todos estos delincuentes han sido cogidos posteriormente en flagrante delito», añadía el senador (Journal
                       Officiel del 23 de julio de 1953. Debates parlamentarios.) El autor no reprochará al señor de Chevigny el que no le
                       haya ofrecido espontáneamente su testimonio, y haya dejado que se le condene.

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