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RASSINIER : La mentira de Ulises




                                     2.*  Que se dice del segundo: «Convengo de buena gana en que la primera serie de
                                experiencias no ha provocado ninguna muerte.»
                                     3.*  Este comentario: «Se trata ahora de saber si las experiencias sobre el tifus han
                                provocado muertes. El capitán Henriey (es el Comisario del gobierno que interpela) reconoce que
                                quizá no puede presentar la prueba, pero estima que el tribunal puede apoyar su convicción en
                                presunciones cuando son suficientes, como sucede en este caso. Estas presunciones las encuentra en
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                                los testimonios y en las consideraciones del juicio de Nuremberg ( ); en las mentiras de Haagen (es el
                                doctor encartado) y en  sus disimulos durante los primeros interrogatorios. Piensa que estos hechos
                                deben permitir al tribunal el responder afirmativamente a la cuestión planteada: ¿se ha hecho
                                culpable Haagen de envenenamientos?»
                             Esto prueba con toda evidencia que no se han podido cargar más que 87  muertos a
                       causa de la cámara de gas de Struthof y de las experiencias que allí han tenido lugar. Si este
                       número, relativamente reducido en comparación con las afirmaciones que la literatura ha
                       ampliado a la generalidad de los campos, no quita nada al horror del hecho (dando por cierto,
                       bien entendido, que contrariamente a los alegatos del acusado, no se trata de un incidente
                       ajeno a su voluntad), no puede hacer olvidar que millares y millares de presos – decenas de
                       millares, quizá – han muerto en este campo, ni impedir el que uno se pregunte cómo y por
                       qué han muerto.
                             El que yo haya sido poco más o menos el único en orientar a las personas sobre este
                       trágico aspecto del problema de los campos, suministrándoles al mismo tiempo los elementos
                       de apreciación, es decir los motivos que han hecho de cada campo una gran «Balsa de la
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                       medusa» ( ), dice bastante sobre la miseria de nuestra época.
                             Los médicos de Struthof se han defendido alegando que las experiencias a las cuales se
                       dedicaron, habían sido realizadas en las mismas condiciones de seguridad que experiencias
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                       similares hechas en Manilla por los ingleses, en Sing-Sing por los norteamericanos ( ), y en
                       sus colonias por los franceses. Un eminente profesor de Casablanca vino a confirmarlo ante el
                       Tribunal, como ya otros antes que él lo habían confirmado ante el tribunal de Nuremberg, si
                       se cree en lo expuesto en la magistral tesis de doctorado (Cruz gamada contra caduceo) del
                       médico de la Marina francesa François Bayle, publicada en Francia

                       [300] en 1950. Este profesor de Casablanca incluso contó cómo cierto número de negros
                       murieron por los efectos de una vacuna ensayada en 6.000 de ellos...
                             Este argumento ciertamente carece de valor: no se pueden excusar las malas acciones
                       propias con las de los otros.
                             Pero el argumento del Comisario del gobierno requiriendo la condena de los unos por
                       presunciones – ¡es él quien lo conflesa! – e ignorando a los otros, de los cuales conoce hechos
                       tan reprensibles y materialmente comprobados, carece asimismo de valor: se diría mejor que
                       los unos son culpables porque son alemanes, y los otros inocentes porque son ingleses,
                       norteamericanos o franceses.
                             Es esta manera de probar y de juzgar, cuya justificación radica en el más primitivo de
                       los chauvinismos, la que permite declarar que seiscientas personas quemadas en una iglesia y
                       un pueblo destruido en Oradour-sur-Glane (Francia) son víctimas del más abominable de los
                       crímenes, mientras que centenas y centenas de millares de personas – ¡también mujeres,
                       ancianos y niños! – exterminadas en Leipzig, Hamburgo, etc. (Alemania), en Nagasaki e
                       Hiroshima (Japón), en las condiciones que se sabe, es decir, igualmente atroces, constituyen
                       una indiscutible y heroica hazaña.
                             Es ella también la que permite evitar la acusación contra el verdadero y gran
                       responsable de todo: ¡la guerra!
                             La guerra: la de 1914-18, cuya consecuencia fue el nazismo, el cual utilizó – y no
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                       inventó, como generalmente se cree ( ) – los campos de concentración, en el seno de los

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                         Esto no puede dejar de sorprender al lector, si sabe que el Tribunal de Nuremberg hizo precisamente el mismo
                       razonamiento.
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                         El autor se refiere el naufragio de un buque en 1816. Entre 149 náufragos prepararon una balsa, y estuvieron
                       durante doce días en la inmensidad de los mares, hasta que los últimos quince moribundos fueron salvados por otro
                       barco. El resto pereció ahogado o sirvió de alimento a sus compañeros. (N. del T.)
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                         Después de haber sido escrito esto, se ha dado a conocer que, en febrero de 1956, 14 internados en la prisión de
                       Columbus (EE. UU.) consintieron en que se les vacunase con el virus del cáncer, lo mismo que se hizo en Struthof.
                       (Según el periódico francés Match, del 23 de febrero de 1957.)
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                         Los bolcheviques, que tampoco los inventaron, los emplearon mucho antes de que se hablase del nazismo.
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