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RASSINIER : La mentira de Ulises






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                             Haré caso omiso de los venenosos sueltos en los periódicos, inspirados por las
                       asociaciones de deportados, que publicaron por complacencia cada ocho o quince días
                       periódicos como Franc-Tireur, L'Aube, L'Aurore, Le Figaro, etc., para mantener a la opinión
                       pública en estado de alerta. Llegaron a tomarse tales licencias respecto a la objetividad, que el
                       título de la obra se había convertido en La leyenda de los campos de concentración...
                             En marzo, la ofensíva llevada contra nosotros creció hasta el delirio.
                             Un periodista de escasa categoría, prestándome generosamente la tesis, escribió en Le
                       Progrès de Lyon:

                                     « ¡Los malos tratos, una leyenda! ¡Los hornos crematorios, una leyenda! ¡Las barreras
                                eléctricas, una leyenda! ¡Los muertos por grupos de diez, una leyenda! »

                             Y el mismo Jean Kréher, el abogado que habían escogido las asociaciones de
                       deportados, ayudaba en el Rescapé, órgano de los deportados, con esto que según él se deduce
                       de mi estudio:
                                     «... Pues si nosotros estábamos saciados de salchichón, de excelente margarina, si todo estaba
                                previsto para que se nos cuidase y se nos diesen las distracciones necesarias, si el crematorio es
                                una institución exigida por la higiene, si la cámara de gas es un mito, si, en una palabra, los de la S.S.
                                se mostraban llenos de atenciones hacia nosotros, ¿de qué se queja la gente?»
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                             El lector decidirá por sí mismo si se puede sacar esto como conclusión de lo que yo he
                       escrito.
                             Toda esta gente, por otra parte, ha hecho muchos esfuerzos para nada. La «verdad» que
                       ellos querían hacer prevalecer no ha prevalecido, y el descrédito que han intentado en vano
                       echar sobre nosotros, recae hoy sobre ellos desde el momento en que, independientemente del
                       sensible descalabro que les acaba de infligir el Tribunal de Casación, en Le Figaro Littéraire
                       del 9 de octubre de 1954, André Rousseaux, que sin embargo puso por las nubes e
                       indistintamente a todos los destajistas de la literatura de los campos, ya había llegado él
                       mismo – probablemente bajo la influencia del sentimiento del público – a plantearse esta
                       cuestión:

                                     «Pero para los supervivientes del infierno, la condición de ex deportados ¿no se ha hecho
                               muy rápidamente análoga a la de los ex combatientes de todas las guerras: hay muchas más víctimas
                               que testigos?»
                             Pues esta manera de hablar, que visiblemente sólo usa la forma de pregunta por una
                       precaución de estilo, supone ante la historia una condena total, sin apelación, y mucho más
                       valiosa que la sentencia del Tribunal de Casación, de todos estos testimonios tan orientados
                       como interesados, contra los cuales he sido el primero en poner al público en guardia.
                             La desgracia es – ¡ay! – que llega un poco tarde.
                             Y también lo es el que una literatura tan sospechosa como lo era la de los campos de
                       concentración en su misma inspiración, que una literatura que hoy ya nadie toma en serio y
                       que será un día la vergüenza de nuestro tiempo, haya suministrado durante años sus principios
                       fundamentales a una moral (que era la apología del bolchevismo – ¡esto tiene su importancia!
                       -) y a una política ( ) su garantía (que era el bandolerismo, justificado por la razón de Estado).
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                       Todo esto viene de aquello.





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                         Desde entonces las cosas han cambiado mucho. En el gobierno la política sigue siendo hecha por los mismos
                       estadistas (sic) o poco menos, pero descansa sobre el antibolchevismo, y, en este sentido, es exactamente lo
                       contrario de lo que era en esta época. Como consecuencia de ello, los representantes del antibolchevismo son los
                       mismos que antaño hacían la apología de él. Lo que es digno de mención es que si alguno hablase del sable de
                       Prudhomme (*) o recordase la historia de aquel Guillot que gritaba al lobo, nadie le entendería.
                       (*) Personaje de una novela de Henry Monnier. Solía decir que su sable le serviríala para defender las
                       instituciones, y en caso necesario para derribarlas.(N. del T.)

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