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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       las estadísticas que yo he presentado. Se ha visto, por lo demás, que aún había que tener los
                       cálculos sobre una población judía mundial – antes de la toma del poder por el
                       nacionalsocialismo – de 20 millones como mínimo, de ellos 11.945.000 en Europa.
                             Se nos ha asegurado que Poliakov es investigador en el Centro Nacional de
                       Investigaciones Científicas. Es posible. Pero si es verdad, ¡bien les escogen en esta
                       institución!


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                             Reconozco desde luego que en el campo de la moral esta discusión sobre los medios
                       del crimen y el número de víctimas no se puede continuar: basta con que un solo judío haya
                       sido
                       [283] condenado a muerte, por el hecho de ser judío, bien sea en las cámaras de gas, ahorcado
                       de una cuerda, bajo el hacha o el látigo, para que el crimen quede establecido. El número de
                       víctimas y los medios del crimen no entran en su definición: sólo determinan el grado de
                       horror, y, si bien choca a la sensibilidad popular, el grado de horror es un elemento de
                       apreciación de los juristas que le unen abusivamente al grado de responsabilidad no para
                       definir el crimen sino las circunstancias agravantes o atenuantes en el momento de la
                       aplicación de la pena. No pertenece a la moral sino a la moda, y varía con la época y el lugar.
                       Las circunstancias atenuantes o agravantes tampoco pertenecen por otra parte a la moral, y, el
                       grado de responsabilidad, limitado a la persona del criminal, sólo puede entrar en su dominio
                       por las condiciones en las cuales ha sido cometido el crimen. Aun esto sólo vale dentro de la
                       moral tradicional: en el pasado siglo, el filósofo francés Jean-Marie Guyau, concibió Una
                       moral sin obligaciones ni sanción, que es seguramente la del futuro, y, en todo caso, la mía.
                             Habiendo concretado así hasta qué punto, en el terreno de la materialidad del crimen,
                       esta discusión carecía de objeto en mi espíritu, me encuentro con mayor libertad para decir
                       que no lo es tampoco en el campo de la historia, ni en el de la sociología, ni siquiera en el
                       del sentido común, del que con demasiada frecuencia se tiene la equivocación de creerlo
                       insignificante.
                             La Historia es el libro de a bordo de la humanidad. Por esta razón es un inventario, y
                       todo inventario debe ser exacto. Extender el de todas las acciones de los hombres, es la
                       misión de los historiadores, y esta misión se limita a eso. Por consiguiente, ellos no se
                       preocupan de ninguno de los imperativos de la moral, excepto de uno solo: la búsqueda de la
                       verdad. Con mayor razón son totalmente ajenos a los de la política, y esto es lo que explica el
                       afán de objetividad que ha presidido todo lo que he escrito sobre la deportación.
                             La sociología tiene necesidad de saber si se trata no de un genocidio – por otra parte,
                       también la historia, pero solamente para registrarlo – y por este motivo se impone a ella esta
                       discusión en función del número de víctimas y de los medios del crimen.
                             Respecto al sentido común, se me permitirá abandonar el campo de la historia, de la
                       moral y de la sociología, y descender a la
                       [284] psicología de las masas. Partiré para ello de la respuesta que una personalidad alemana,
                       cuyo nombre no se menciona, dio el pasado 5 de junio al enviado especial de Le Monde,
                       encargado de una encuesta en Alemania sobre el efecto que había producido la captura de
                       Adolf Eichmann por los servicios secretos israelíes:

                                     «Los alemanes no queremos que se nos sirva en cada desayuno algunos millares de judíos
                                exterminados en los campos de concentración. No queremos oír hablar más de todo esto.»

                             La personalidad alemana en cuestión, es muy modesta: desde hace quince años no son
                       solamente «algunos millares de judíos exterminados en los campos de concentración» los que
                       se sirven «todas las mañanas en el desayuno» del mundo entero, sino seis míllones y a veces
                       nueve millones ( ), como sucedió en Francia en el momento de aparecer el film Nacht und
                                     1
                       Nebel.



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                         Michel Duran en Le Canard enchaîné, el 27 de enero de 1960.

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