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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       campo, que parecía de este modo confiado a sí mismo y señor de sus leyes y reglamentos,
                       estaba convencido de que Jircszah en gran parte tenía razón: el nacionalsocialismo, la S.S.,
                       recordaba este medio clásico de coerción y los detenidos lo habían transformado
                       empeorándolo.
                            Tratamos juntos otros problemas, en especial el de la guerra y la postguerra. Jircszah
                       era un burgués demócrata y pacifista.
                            -- La otra guerra dividió al mundo en tres bloques rivales – me decía -, los
                       anglosajones como capitalistes tradicionales, los soviets y Alemania, esta última apoyándose
                       en el Japón e Italia: sobraba uno de ellos. La postguerra conocerá un mundo dividido en dos,
                       la democracia de los pueblos no ganará nada con ello y la paz no será menos precaria. Ellos
                       creen que luchan por la libertad y que la edad de Oro nacerá de las cenizas de Hitler.
                       [68] Será terrible después: los mismos problemas se plantearán para dos en vez de para tres, en
                       un mundo que estará material y moralmente arruinado. Bertrand Russell tenía razón en la
                       época de su briosa juventud: «Ninguno de los males que se pretende evitar con la guerra es tan
                       grande como la guerra misma.»
                            Yo era de la misma opinión, e incluso iba más allá.
                            Posteriormente he pensado con frecuencia en Jircszah.


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                            10 de marzo, las quince horas: un oficial de la S.S. entra en el bloque. A formar en el
                       patio.
                            -- Raus, los! Raus, raus!
                            Tenemos que partir y empiezan las formalidades. Desde hacía ocho días corría el rumor
                       sobre este transporte y las suposiciones seguían su curso: a Dora, decían unos, a Colonia para
                       descombrar las ruinas y salvar lo que se pueda todavía, recuperar lo aprovechable, decían
                       otros. Es esta última suposición la que se abre camino en la opinión. La gante bien informada
                       munifiesta que ahora, al sentir que ha perdido la partida, la jefatura del nacionalsocialismo
                       suprime el comando de Dora, considerado como el infierno de Buchenwald, y no envía allá a
                       nadie más. Añaden que al ser empleados en adelante en los peligrosos trabajos de descombro
                       se nos tratará bien. En cualquier momento habrá el peligro de que explote una bomba, pero se
                       comerá abundantemente, primero la ración del campo y luego lo que se encuentre en los
                       sótanos, algunos de los cuales están repletos de comestibles.
                            Nosotros no sabemos qué es Dora. Ninguno de los que hasta ahora han sido enviados
                       allí ha regresado. Se dice que es una fábrica subterránea en perpetuo estado de instalación y en
                       la que se fabrican armas secretas. Se vive allí dentro, se come, se duerme y se trabaja sin salir
                       nunca a la luz del día. Diariamente, camiones cargados de cadáveres los llevan a Buchenwald
                       para ser quemados, y por estos cadáveres se deducen los horrores del campo. Felizmente, no
                       iremos nosotros allá abajo.
                            Las dieciséis horas: nos encontramos todavía ante el bloque, en la posición de
                       Stillgestanden, ( ) bajo la mirada de la S.S. El jefe de bloque pasa por entre las filas y hace
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                       salir a un anciano o un mutilado así como a los judíos. Crémieux, que reúne en sí
                       [64] esta triple condición, está en el grupo. El pequeño cojo también, y algunos rostros que
                       no pertenecen a ancianos, mutilados, ni judíos, pero de los que sabemos todos que sus
                       propietarios se han hecho pasar por comunistas o realmente lo son, están entre los favorecidos
                       por el jefe de bloque.
                            Las dieciséis y media: en dirección a la enfermería para la inspección sanitaria –
                       inspección sanitaria por llamarlo así -. Un médico de la S.S. fuma un enorme puro,
                       arrellanado en un sillón; pasamos ante él uno tras otro en la fila, y ni siquiera nos mira.
                            Las diecisiete treinta: en dirección al Effektenkammer, ( ) se nos viste de nuevo,
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                       pantalón, chaqueta y capote, todo a rayas, zapatos ad hoc (de cuero, con suelas de madera) para
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                         Firmes.
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                         Vestuario.

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