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RASSINIER : La mentira de Ulises



                            -- Hier ist Buchenwald, du lump. Schau mal, dort ist das Krematorium. ( )
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                            Esto es todo lo que he podido saber sobre el motivo del puñetazo.
                       [57] En cambio, y como para explicarme que estaba justificado, el pequeño cojo se ha vuelto
                       hacia mí:
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                            -- ¡ Ya podías tener cuidado, es Thälmann!. ( )
                            Llegamos a la entrada del edificio de antropometría. Otro con porra y brazalete nos
                       empuja brutalmente en filas contra la pared. Esta vez, es el pequeño cojo quien recibe un
                       puñetazo acompañado de insultos. Una vez pasada la tormenta se vuelve hacia mí:
                            -- No me extraña nada de este c..., es Breitscheid.
                            No siento la mener preocupación por cerciorarme de la identidad de los dos valientes.
                       Me limito a sonreír pensando que han logrado realizar finalmente la unidad de acción de la
                       que tanto hablaban antes de la guerra y a admirar este agudo sentido de los matices que el
                       pequeño cojo posee hasta en sus razonamientos.


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                            Yo soy pesimista, al menos tengo la reputación de serlo.
                            En primer lugar, me resisto a aceptar como auténticas las noticias optimistas que cada
                       atardecer trae Johnny al bloque. Johnny es un negro. Le he visto por vez primera en
                       Compiègne, donde le oí contar con un acento americano muy pronunciado que era capitán de
                       una fortaleza volante y que durante un raid sobre Weimar había sido alcanzado su aparato, por
                       lo que tuvo que lanzarse en paracaídas. Una vez llegado a Buchenwald, se ha puesto a hablar
                       corrientemente en francés y se ha ofrecido como médico. Habla otros dos idiomes más o
                       menos tan bien como el francés: el alemán y el inglés. Gracias a esta superioridad, a su
                       imaginación y a una indiscutible cultura, ha logrado que se le destine como médico a la
                       enfermería, antes incluso de que haya terminado la cuarentena. Los franceses estamos
                       convencidos de que no es médico ni capitán de fortaleza volante, pero nos inclinamos ante la
                       habilidad con la que ha sabido ponerse a cubierto. Cada noche se le rodea por todas partes: la
                       enfermería es considerada

                       [58] como el único lugar de donde pueden venir noticias ciertas. También, pese a su fuma de
                       charlatán, Johnny es tomado en serio por todos cuando habla de los acontecimientos de la
                       guerra. Una noche nos viene con la revolución en Berlín, otra con la sublevación de las tropas
                       en el frente del Este, una tercera con el desembarco de los aliados en Ostende, la cuarta con el
                       paso de los campos de concentración a la Cruz Roja International, etc., etc. A Johnny no le
                       faltan nunca buenas noticias que hacen que cada noche, tras su llegada al bloque, la opinión
                       general sea, en febrero de 1944, de que la guerra habrá terminado en dos meses. El me gasta la
                       paciencia y también los otros con su credulidad. A los que se me acercan con la certidumbre
                       que les ha infundido Johnny, les contesto sistemáticamente que por mi parte estoy persuadido
                       de que la guerra no terminará antes de dos años. Como por lo demás soy de los pocos que no
                       creyeron en la caída de Stalingrado, por decirlo así, hasta que fue casa hecha, y lo he
                       confesado incluso después, se me ha clasificado inmediatamente.
                            En efecto recibo todo con un escepticismo inquebrantable: los más refinados horrores
                       que se cuentan sobre el pasado de los campos, las suposiciones optimistes sobre el futuro
                       comportamiento de la S.S. que, como se suele decir, ya siente pasar el viento de la derrota
                       sobre Alemania y quiere rescatar ante los ojos de sus futuros vencedores los rumores
                       tranquilizadores sobre nuestra ulterior intercesión. Yo discrepo hasta en lo que parece ser
                       evidente, por ejemplo la famosa inscripción que se encuentra sobre la verja de hierro que cierra
                       el acceso al campo. Cuando íbamos a cargar piedras, leí un día: «Jedem das Seine», y los
                       rudimentos de alemán que poseo me permitieron traducir: «A cada uno su destino». Todos los


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                         ¡Aquí estamos en Buchewald, granuja! ¡Mira, allí está el crematorio!
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                         Ernst Thälmann, jefe del Partido comunista alemán tras la caída de Ruth Fischer en 1925. al subir al poder el
                       nacionasocialismo fue internado en Buchenwald, donde murió en agosto de 1944. Al firmarse en 1939 el tratado
                       de no agresión germanosoviético, el gobierno ruso pidió y obtuvo la entrega de unos cincuenta jefes comunistas
                       que estaban en campos de concentración alemanes. Wilhelm Pieck, refugiado en la Unión Soviética y enemistado
                       con Thälmann por viejas rencillas, intervino cerca de Stalin para que el jefe del K. P. D. no fuese reclamado. (N.
                       del T.)

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