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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       especulación interior y que se lee en todos los ojos:
                            -- ¿Comeremos hoy? ¿Cuándo podremos dormir?
                            Estamos en Buchenwald. Bloque 48, Flügel a. Son las seis de la mañana, al parecer. Y
                       es domingo, el domingo 30 de enero de 1944. Un domingo sombrío.


                                                             * * *


                            El bloque 48 es una sólida construcción – levantada en piedra, cubierta de tejas – y
                       contrariamente a casi todos los demás, que son de tablas, consta de un piso bajo y de otro
                       sobre él. Hay comodidades arriba y abajo: lavabo con dos grandes pilones circulares de diez o
                       quince plazas y chorro de agua que vuelve a caer en forma de ducha, W.C. con seis plazas para
                       permanecer sentado y otras seis de pie. A cada lado, comunicándose por un
                       [48] pequeño paso, hay un comedor (Ess-Saal) con otras grandes mesas rudimentarias y un
                       dormitorio (Schlaf-Saal) que contiene treinta o cuarenta literas. Un domitorio y un comedor
                       forman un ala o Flügel. Existen cuatro de éstas: «a» y «b» en el piso bajo, «c» y «d» en el
                       primero. El edificio cubre de ciento veinte a ciento cincuenta metros cuadrados, veinte a
                       veinticinco de largo por cinco o seis de ancho: el máximo de confort en el mínimo espacio.
                            En previsión de nuestra llegada, ayer fueron desalojados del bloque 48 sus ocupantes
                       habituales. Sólo ha quedado el personal administrativo que a él pertenece: el Blockältester  o
                       decano, es decir el jefe de bloque, su Schreiber o contable, el peluquero y los Stubendienst  --
                       dos por Flügel --o encargados de la limpieza y del orden interior. En total once personas.
                       Ahora, desde el amanecer, se llena de nuevo.
                            Nuestro grupo, que ha llegado el primero, ha sido alojado en el mismo Flügel del jefe
                       de bloque. Poco a poco llegan otros grupos. También poco a poco se anima la atmósfera. Los
                       compatriotas que han sido detenidos al mismo tiempo o por el mismo asunto se encuentran
                       de nuevo. Se sueltan las lenguas. Por mi parte he vuelto a encontrar a Fernando, que acaba de
                       sentarse a mi lado.
                            Fernando es uno de mis antiguos discípulos, un obrero enérgico y consciente. Veinte
                       años. Durante la ocupación se me ha unido en forma totalmente espontánea. Hemos hecho el
                       viaje hasta Compiègne encadenados el uno juno al otro, y, ya en Compiègne, hemos formado
                       un simpático y retirado islote entre los diecisiete detenidos por la misma cuestión que
                       nosotros. En verdad, les habíamos abandonado: primero estaba el que había confesado durante
                       el interrogatorio; luego el inevitable suboficial de carrera convertido en agente de seguros y
                       que, al mismo tiempo que se había condecorado con la Legión de Honor, había juzgado
                       indispensable para su dignidad concederse el grado de capitán. En fin, había otros, todos ellos
                       gante amante del orden y seria, cuyo silencio y mirada daban a conocer a cada instante que
                       sentían en su conciencia haber dado un mal paso. Sobre todo los irritaba el agente de seguros
                       con su megalomanía, sus modales grandilocuentes, sus aires afectados como si estaviese en el
                       secreto de los dioses y las chanzas tontamente optimistas con las que no cesaba de
                       abrumarnos.
                       [49]
                            --Ven – me dijo Fernando -, ésta no es gente de nuestro mundo.
                            En Buchenwald, adonde llegamos en el mismo vagón, nos hemos unido de nuevo el
                       uno al otro, y hemos aprovechado un momento de distracción del grupo para escabullirnos y
                       presentarnos a lo que habría que llamar las formalidades de registro del campo. Separados un
                       momento, aquí nos hemos vuelto a encontrar.
                            A las ocho de la mañana no queda sitio para partir un huevo en la mesa y continúan las
                       charlas, tan raidosas que llegan a molestar al jefe de bloque y a los Stubendienst. Se hacen las
                       presentaciones, por encima de las cabezas se dan a conocer las profesiones acompañadas por
                       los puestos ocupados en la resistencia: banqueros, grandes industriales, comandantes de veinte
                       años, coroneles que apenas tienen algunos más, jefes supremos de la resistencia que gozan de
                       la confianza de Londres y conocen sus secretos, en especial la fecha del desembarco. Algunos
                       profesores, varios sacerdotes que se mantienen tímidamente aparte. Pocos son los que se
                       confiesan empleados o simples obreros. Cada uno quiere tener una situación social más
                       envidiable que la del vecino, y sobre todo haber sido encargado por Londres de una misión de




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