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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       extranjeros llegan al campo en forma continua, los presos alemanes que tienen la dirección

                       [55] administrativa del campo han ideado el que estos trabajos sean realizados por los recién
                       venidos: para ellos es algo así como la tradicional broma que se suele gastar a los reclutas en
                       los cuarteles franceses y esto les divierte una enormidad. El servicio es uno de los más
                       penosos: los presos, acoplados de dos en dos a una «Trage» (recipiente de madera en forma de
                       tronco de pirámide de base rectangular) conteniendo la casa, dan vueltas como caballos de
                       circo desde el depósito a los huertos, durante doce horas consecutivas, en el frío y en la nieve,
                       regresando por la noche al bloque entumecidos y malolientes.
                            Un día, se nos anuncia que nuestro bloque, sin estar por tanto adscritos a un comando,
                       se encargará mañana y tarde durante el resto de la cuarentena de suministrar las piedras. El jefe
                       de bloque ha decidido que en vez de enviar por relevas grupos de cien hombres, que
                       trabajarían doce horas de un tirón, nos resultará mucho más fácil si vamos todos, es decir los
                       cuatrocientos, y permanecemos fuera sólo dos horas para cada servicio. Todo el mundo está de
                       acuerdo.
                            A partir de este día, todas las mañanas y tardes marchamos a través del campamento
                       para trasladarnos al Steinbruch --cantera-- donde cada vez tomamos una piedra, de peso
                       proporcional a nuestra fuerza, la llevamos al campo a unos equipos que la parten para construir
                       las avenidas y una vez terminado el trabajo regresamos al bloque. Este trabajo es fácil, sobre
                       todo en comparación con el de los canteros que extraen la piedra bajo los insultos y los golpes
                       de los «Kapos» (K.A.Po., abreviatura de Konzentrationslager Arbeitspolizei  o policía de
                       control del trabajo.) Cuatro voces al día pasamos muy cerca de unos chalets, donde según los
                       rumores se encuentran custodiados León Blum, Daladier, Reynaud, Gamelin y la princesa
                       Mafalda, hija del rey de Italia. Todos envidiamos la suerte de estos privilegiados. Cada vez
                       que pasamos oigo las observaciones:
                            -- Los lobos no se comen entre ellos .
                            -- Según seas poderoso o miserable...
                            -- Los grandes, amigo, te juegas la piel por ellos y ellos se hacen gentilezas.
                            -- Las leyes raciales de Hitler se aplican a todos los judíos excepto a uno.
                            Etc..., etc...
                            En nuestras filas, se encuentra un ex primer ministre de Bélgica,

                       [56] un ex ministro francés, y otras personalidades de mayor o mener importancia. Ellos están
                       más mortificados que nosotros por el tratamiento de que gozan los habitantes de los chalets.
                       Se cuenta que cada uno dispone de dos habitaciones, radio, periódicos alemanes y extranjeros,
                       que comen tres veces al día. Existe la certeza de que no trabajan.
                            Se envidia en especial a León Blum. La casualidad ha querido que Fernando y yo, que
                       siempre estamos juntos, nos encontremos en uno de los viajes al lado del ministre francés.
                            -- ¿Por qué León Blum y no yo? – nos dice.
                            En la inflexión de su voz, percibimos que no encuentra extraño del todo el que
                       nosotros estemos sometidos a estos viles trabajos de esclavos; pero él, vamos, ¡él, que fue
                       ministro!
                            Fernando se encoge de hombros. Yo estoy perplejo.
                            Otro día, en vez de conducirnos al transporte de piedras se nos lleva al servicio de
                       antropometría, donde se nos va a fotografiar de frente y de perfil y tomar las huellas digitales.
                       Unos individuos fuertes y gruesos, bien alimentados, por lo demás presos como nosotros,
                       pero llevando en el brazo la insigna de una autoridad cualquiera y en la mano la porra que la
                       justifica, gritan detrás de nosotros. Delante de mí van el doctor X..., y el pequeño cojo
                       comunista que tiene los favores del jefe de bloque y pasa como su hombre de confianza ante
                       los ojos de los franceses. Oigo la conversación. El doctor X..., del que todo el mundo sabe
                       que fue varias veces candidato de la U.N.R. para el Consejo general o en otras elecciones de
                       su departamento, explica al pequeño cojo que él no es comunista pero tampoco anticomunista
                       sino todo lo contrario: la guerra le ha abierto los ojos y quizá cuando tenga tiempo para
                       asimilar la doctrina... Desde hace dos días se habla de un posible transporte a Dora y el doctor
                       X... empieza a dar los primeras pasos para quedarse en Buchenwald. ¡Qué miseria!
                            Súbitamente recibo un formídable puñetazo: absorto en los pensamientos nacidos de la
                       conversación he debido salirme un poco de la fila. Me vuelvo y recibo en pleno rostro una
                       sarta de injurias en alemán entre las que logro oír:






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