Page 28 - Rassinier Paul La mentira de Ulises
P. 28

RASSINIER : La mentira de Ulises



                       la mayor importancia. Las acciones violentas no se cuentan. Nuestras dos modestos personas
                       se encuentran por ello desfasadas.
                            -- Lo mejor de la buena sociedad..., majaderos – me susurra Fernando al oído, muy
                       bajo.
                            Tras un cuarto de hora, verdaderamente molestos, sentimos una irresistible gana de
                       orinar. En el pequeño paso que conduce a los W.C. hay una animada conversación entre cinco
                       o seis. Al pasar, nos enteramos de que se trata de millones.
                            -- ¡Dios! ¿En qué ambiante hemos caído pues?
                            En los W.C. todas las plazas están ocupadas, se hace la cola y tenemos que esperar. Al
                       volver, después de diez minutos largos, el mismo grupo sigue en el pequeño paso y la
                       conversación gira siempre en torno a los millones. Ahora ya se habla de catorce. Queremos
                       enterarnos de ello y nos paramos; es un pobre anciano el que se extiende en lamentos sobre las
                       sumas fabulosas que su estancia en el campo le hará perder.
                            -- Pero oiga – me atrevo a decir -, ¿qué es lo que hace usted, pues, en la vida civil para
                       manipular tales sumas? Debe de tener una situación importante.

                       [50]
                            He tomado un aire de admirativa conmiseración al decir esto.
                            -- ¡ Ah, señor mío! ¡ No me hable de ello, aquí!
                            Y me muestra los chanclos que lleva en los pies. No tango fuerza para reprimir la risa.
                       El no comprende y vuelve a comenzar para mí sus explicaciones.
                            -- Comprenda usted, de éstos me han encargado ellos primeramente mil pares que han
                       venido a recoger sin controlar ni el número ni las facturas. Después otros mil pares, luego dos
                       mil, cinco mil, más tarde... En los últimos tiempos aumentaban los pedidos. Y nunca los
                       controlaron. Entonces comencé a hacer un poco de trampa en las cantidades, más tarde sobre
                       los precios. ¡Diantre!... Cuanto más dinero se les quitase, más se les debilitaba y se facilitaba
                       a los ingleses su tarea. ¡Pero estos cochinos boches! Un buen día, han cotejado las facturas
                       con las cuentas de sus destinatarios de esa gente hay que esperarlo todo. Han descubierto que
                       se les había robado unos diez millones. Entonces me han enviado aquí. Directamente. Y sin el
                       menor juicio, señor. Figúrese usted: ¿yo, un ladrón? ¡La ruina, ahora me arruinaré, señor mío!
                       Y sin el mener juicio...
                            Está verdaderamente escandalizado. Muy sinceramente, él tiene la impresión de que ha
                       cumplido un indiscutible acte de patriotismo y de que es, como tantos otros, la víctima de
                       una denegación de justicia. Otro, sin hacer una mueca, continúa:
                            -- Lo mismo que a mí, señor, yo estaba de administrador en la...
                            -- Vente – me dice Fernando -, ¡ya lo ves!


                                                             * * *


                            Los días pasan. Nos familiarizamos en la medida de lo posible con nuestra nueva vida.
                            Primeramente se nos dice que estamos aquí para trabajar, que muy pronto seremos
                       asignados a un comando al parecer de fuera del campo y que entonces partiremos «en
                       transporte». Entretanto permaneceremos en cuarentena de tres a seis semanas, según se declare
                       o no una enfermedad epidémica entre nosotros.
                            Seguidamente se nos da a conocer el régimen provisional al cual estaremos sometidos.
                       Durante la cuarentena, prohibición absoluta de abandonar el bloque o su pequeño patio
                       rodeado, por lo demás, de alambradas. Todos los días, levantarse a las cuatro y media con
                       «charanga» por el Stubendienst --con la porra de goma

                       [51] en la mano para aquellos a los que les entre la tentación de rezagarse--, lavado a paso de
                       carrera, distribución de los víveres para el día (250 gr. de pan, 20 gr. de margarina, 50 gr. de
                       salchichón, queso blanco o mermelada y media litre de sucedáneo de café no azucarado).
                       Llamada a las cinco y media para pasar lista que durará hasta las seis y media o siete. De siete
                       a ocho faenas de limpieza del bloque. A eso de las once, recibiremos ún litro de sopa de
                       nabos, y hacia las dieciséis tomaremos café. A las dieciocho, nueva llamada que podrá durar
                       hasta las veintiuna raramente más, pero ordinariamente hasta las veinte horas. Después a
                       dormir. En los intervalos, confiados a nosotros mismos, podremos contarnos nuestras




                                                         –   28   –
   23   24   25   26   27   28   29   30   31   32   33