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RASSINIER : La mentira de Ulises















                                                  CAPÍTULO PRIMERO






                         UNA MUCHEDUMBRE DE TIPOS HUMANOS DIVERSOS
                                     ANTE LAS PUERTAS DEL INFIERNO







                            Las seis de la mañana, al parecer. Somos una veintena de hombres de todas las edades
                       y condiciones, franceses todos, ataviados con los más inverosímiles oropeles y dócilmente
                       sentados alrededor de una gran mesa rudimentaria. No nos conocemos ni tampoco intentamos
                       conocernos. Mudos o poco menos, nos contentamos con observarnos y procurar, si bien con
                       pereza, adivinarnos mutuamente. Sentimos que unidos en lo sucesivo a un destino común,
                       estamos destinados a convivir en una dolorosa prueba y tendremos que resignarnos a
                       confiarnos los unos a los otros, pero nos comportamos como si quisiésemos retrasar esto lo
                       máximo posible. El hielo es difícil de romper.
                            Absorto cada uno en sí mismo, intentamos recuperar nuestros espíritus, reflexionar
                       sobre lo que acaba de sucedernos: cien en el vagón durante tres días y tres noches, el hambre,
                       la sed, la locura, la muerte; el desembarco en la noche, bajo la nieve, en medio de los
                       chasquidos de las pistolas, los gritos de los hombres y los ladridos de los perros, bajo los
                       golpes de los unos y los colmillos de los otros; la ducha, la desinfección, la «cuba de
                       petróleo», etc... Estamos completamente atemorizados por todo ello. Tenemos la impresión
                       de que acabamos de atravesar un no man's land, de participar en una carrera de obstáculos más
                       o menos mortales, sabiamente graduados y meticulosamente calculados.
                            Tras el viaje y sin transición, una larga serie de salas, oficinas y galerías subterráneas
                       pobladas por seres extraños y amenazadores,

                       [45] teniendo cada uno su no menos extraña y humiliante especialidad. Aquí la cartera, la
                       alianza, el reloj, la pluma estilográfica; acá la chaqueta, el pantalón; allí los calzoncillos, los
                       calcetines, la camisa; por último el nombre: se nos ha quitado todo. Después el peluquero ha
                       cortado al rape en todas las partes, el baño de cresol, la ducha. Finalmente la operación
                       inversa: en esta taquilla una camisa en jirones, en esa otra un calzoncillo agujereado, en la de
                       más allá un pantalón remendado y así hasta los zapatos con suela de madera y la cinta que
                       lleva el número del registro, pasando por el sobretodo gastado o la guerrera fuera de servicio,
                       el gorro ruso o el sombrero de bersaglieri. No se nos ha devuelto ni una sola cartera, alianza,
                       pluma estilográfica o reloj.
                            -- Esto es como en Chicago – ha dicho blandiendo su número uno de entre nosotros
                       que quería hacer un chiste -: en la entrada de la fábrica están los cerdos, a la salida las latas de
                       conserva. Aquí se entra como hombre y se sale como un número.
                            Nadie ha reído. Entre el cerdo y la lata de conservas de Chicago, seguramente no hay
                       más diferencia que la que media entre lo que éramos y esto en que nos hemos convertido.
                            Cuando nosotros, todo el primer grupo, hemos llegado a esta gran sala clara, limpia,
                       bien aireada y a simple vista confortable, hemos experimentado algo así como un alivio:
                       idéntico sin duda al de Orfeo subiendo del infierno. Después nos hemos entregado a nuestro
                       propio yo, a nuestras preocupaciones, en especial a la que domina y refrena todo deseo de



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