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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       le sucede están apoyados sobre su pecho y en su espalda los cañones de cuatro metralletas.
                            «¡De este modo, al menos, estoy seguro de que no dispararán!», piensa.
                            Las preguntas salen a borbotones, amenazadoras, en un lenguaje que él no comprende.
                            --French man --dice. Es todo lo que sabe de inglés, y ni siquiera está seguro de su
                       autenticidad.
                            Se le mira con grandes ojos sorprendidos y desconfiados. Evidentememente no ha sido
                       entendido. Entonces :
                            -- Français!
                            Tampoco lo es más. Prueba su último recurso:

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                            -- Französische Häftling!... Franzus!
                            Esta vez lo es, una de las cuatro metralletas desciende.
                            -- Was?
                            El explica brevemente, en frases entrecortadas, y se da cuenta de que está en presencia
                       de un alemán, de dos españoles y de un yugoeslavo, cuya lengua común es una mezcolanza
                       con italiano.
                            Han comprendido, todas las metralletas descienden, se le tiende una cantimplora. Él
                       bebe: un líquido acre, frío, que le produce ganas de arrojar. Pone mal gesto.
                            -- Koffé – dice el alemán -, gut Koffé! --Sacan todos unas galletas secas (duras, duras,
                       oh, ¡tan duras!), chocolate, cajas, cigarrillos... Algunos cigarrillos.
                            -- Primero un cigarrillo...
                            Pero no hay que perder tiempo.
                            -- Schnell – ha dicho el alemán -, Wir müssen... --Se han dado cuenta de su estado.
                       Entre dos (han querido ponerse dos), le han levantado sobre sus hombros, y le han llevado
                       como un trofeo viviente, riendo, hacia el grupo que esperaba.
                            -- Sin-Sin? – ha preguntado uno de los jóvenes de la escolta.,
                            -- Yes – ha respondido él, pero los otros no han replicado, no había más que un inglés
                       (o norteamericano)en el equipo... Tropas de choque, ha pensado él, brigada internacional, y ha
                       evocado la guerra de España.
                            Mientras cae la noche, la pequeña trope ha reanudado la marcha hacia el campanario.
                       Él, se mantiene difícilmente en equilibrio sobre dos hombros que pertenecen a dos hombres
                       diferentes y roe lentamente, salivando bien, unas galletas y chocolate. Los sarcasmos y las
                       advertencias, también los juramentos, han comen zado de nuevo a llover sobre los prisioneros,
                       que siempre dóciles, molestos por sus zapatos desatados, avanzan con la cabeza inclinada y las
                       dos manos sobre la nuca.
                            -- Porco Dio!... Gott verdammt!
                            De vez en cuando, el alemán toma la palabra:
                            -- Du!... Blöder Hund!... Du...- Y señala a un prisionero.
                            Después, sacando un revólver de la funda, se vuelve hacia el que le acaban de entregar:
                            -- Muss ich erschiessen? ( ) – le pregunta.
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                            El prisionero revuelve los ojos espantados y suplicantes, aguardando la respuesta: es
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                            -- Du hast Glück!... Mensch! Blöder Hund...  – y escupe despreciativamente -: ¡ Gg!...
                       Lumpen ( ).
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                            Los papeles se han invertido.
                            De sarcasmo en sarcasmo, de pulla en pulla, de amenaza en amenaza, el cortejo,
                       vencedores triunfantes y vencidos chasqueados, hace su entrada en el pueblo todavía antes de
                       la noche. Se ha pasado ante una estación muy pequeña, parecida a otra que él conoce bien de
                       pasar a caballo en el Franco Condado y la Alsacia. En el frontispicio ha leído «Münchhof» en
                       letras góticas. Se ha atravesado un paso a nivel. Le han depositado en tierra, se han separado
                       con él del grupo, después, lentamente, ayudando los unos al otro, se han puesto en marcha
                       entre el ruido ensordecedor de imponentes máquinas de guerra. Estas atraviesan el pueblo
                       desierto aunque intacto a toda prisa y con las armas preparadas dirigiéndose hacia las nuevas


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                         ¿Voy a tener que matarte?
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                         ¡Tienes suerte!.., Idiota!... ¡Bribón!

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