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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       la sombra. El tablero de damas de campos y prados indistintos se ha precisado, la vía férrea se
                       ha estirado allá abajo, extendida como una larga cinta. En la hondonada de dos colinas en la
                       lejanía, un campanario apunta su flecha entre las pequeñas humaradas que ascienden en línea
                       recta de invisibles chimeneas.
                            Rápidamente, se destaca muy alta en el cielo la nube todavía gris pero irradiada de una
                       gran mancha blanca denunciando el sol que intenta atravesarla. El paisaje se ha poblado, por
                       aquí, por allá, de algunos carruajes que van y vienen, tranquilos. Un hombre, también un
                       paisano pero del que se distingue el significativo brazalete, se ha puesto, descuidadamente por
                       lo demás, a contar cien pasos a lo largo de la vía férrea...
                            Ha evocado un rincón de naturaleza parecida, en una misma época, bajo un mismo
                       cielo, con el mismo tablero de damas de campos y prados, los mismos bosques, los mismos
                       árboles aislados, el mismo campanario, la misma vía férrea, en alguna parte de los confines de
                       la Alsacia y del Franco Condado.
                            Ha pensado que si su madre hubiera visto el de aquí a esta misma hora, no habría
                       dejado de advertir que el cielo se «lavaba» o que el tiempo «se secaba». Ha observado largo
                       rato dos caballos que arrastran, a quinientos metros, una especie de rastrillo, en un prado, para
                       «extender» las toperas: este anciano que los conducía, mi palabra, era el abuelo Tourdot, ¡ y
                       esta pequeña que tiraba de una cuerda sujeta detrás del rastrillo, era su pequeña

                       [33] nieta cuyo padre, el Tony, estaba prisionero en Alemania! Por asociación de ideas, ha
                       visto el rostro solícito de su mujer inclinarse sobre un pequeño mocosuelo de dos años...
                       Después ha vuelto a él de nuevo, en un sobresalto de inquietud.
                            -- ¡ No, no, era una ilusión! Los norteamericanos no pueden estar a doce kilómetros,
                       todo está demasiado tranquilo. A través de estos campos, de estos prados, de estos bosques,
                       nada respira una atmósfera de guerra, con mayor razón de derrota. En Francia en 1940...
                            Se ha quedado aterrado: ¿qué será de él?
                            No hay medio de dirigirse a estas gentes, a pesar de todo ¡con semejante traje!
                            Ha tenido hambre, mucha hambre, y ha recogido una ramita que ha puesto en la boca:
                       era todavía una receta de su madre cuando él voceaba la sed en sus faldas, en las tardes de gran
                       calor, durante la cosecha. Esto le ha cambiado las ideas.
                            Las horas han pasado, el sol ha logrado atravesar la nube, dividir el cielo. Una campana
                       ha sonado: mediodía, el campo se ha vaciado. La tarde transcurre igual: los carruajes han
                       vuelto en mayor número bajo un sol más cálido que ha secado también completamente sus
                       vestidos. Un hombre ha pasado cerca de él con una guadaña al hombro, y casi le ha rozado: él
                       no se ha movido pero ha deducido de ello que no podrá permanecer mucho tiempo en esta
                       situación, sin provocar la alarma. Ha refexionado: al día siguiente es domingo, no le ha
                       costado trabajo establecerlo tomando como referencia el embarque en el campo, que había
                       tenido lugar un miércoles por la noche. Mañana por la mañana pues, estará tranquilo, pero
                       habrá que temer mucho, por la tarde de la predisposición que tienen los alemanes, grandes y
                       pequeños a pasearse por los bosques.
                            Ha venido la tarde, después la noche. El guardavía con su brazalete no ha cesado de ir y
                       venir. Ninguna alarma, ni el mener ruido de motor en el cielo, durante todo este día.
                            -- No, no...
                            La luna, una gran luna de color de brasa, ha difundido su extraña claridad sobre el
                       paisaje. Unos golpes sordos han resonado en la lejanía.
                            --  Están todavía a cuarenta o cincuenta kilómetros por lo menos. Si se sueltan los
                       perros sobre mí, me habrán encontrado

                       [34] antes de que estén ellos aquí. Sería preciso partir, ir a su encuentro, pero ¿ante todo, en
                       qué dirección?
                            Iba a desesperar de todo cuando una sensación de peligro le ha vuelto a dar ánimos.
                       Los aviones han dado vueltas horas y horas por encima de él, y han dejado caer algunas
                       bombas en los alrededores. Tranquilamente, sin ser inquietados, cazados o cogidos en lo más
                       mínimo por el fuego de la defensa antiaérea. Después se han marchado, luego han vuelto
                       otros: un continuo ir y venir hasta el amanecer.
                            ¡ Un estar alerta, un verdadero estar en alerta, una buena puesta en alerta!
                            -- Esta vez, sin embargo...
                            El día, una niebla que se disipa rápidamente bajo un sol penetrante, de pronto un cielo
                       sereno: un cielo de domingo, un verdadero cielo de verdadero domingo, de verdadera




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