Page 14 - Rassinier Paul La mentira de Ulises
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RASSINIER : La mentira de Ulises




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                                                         PRÓLOGO




                            Llueve. Una lluvia fina de abril, fría, glacial. Regular, pertinaz, inexorable. Así desde
                       hace dos días: empieza la tercera noche.
                            El convoy, una larga cadena de vagones viejos que chirrían sobre los raíles, se hunde
                       lentamente en el gran agujero negro. La máquina, una locomotora de otra época, suda y
                       resopla y se fatiga, tose y escupe, patina y petardea. Cien veces ha vacilado, cien veces ha
                       parecido rehusar el esfuerzo que se espera de ella.
                            Llueve, llueve sin cesar. En el vagón descubierto, ochenta cuerpos tumbados,
                       acurrucados, se enredan y hacinan, los unos en los otros, los unos sobre los otros. ¿Vivos?
                       ¿Muertos? Nadie sabría decirlo. Por la mañana, todavía se han despertado, helados en sus
                       pobres andrajos húmedos, enuaquecidos, transparentes, pálidos, con sus grandes ojos
                       desorbitados llenos de fiebre y de debilidad. En un esfuerzo sobrehumano, se han agitado.
                       Han distinguido el día, han sentido la lluvia – los largos trazos acerados de la lluvia –
                       atravesar los harapos, las carnes delgadas y endurecidas, y después clavarse en los huesos, en
                       filas cerradas, despiadadas. Ellos se han encogido en un imperceptible escalofrío. Quizás iban
                       a dejarse arrastrar por los mil gestos instintivos del sueño cuando se han visto, se han mirado
                       los unos a los otros. A través de la niebla, de la fiebre y la cortina de agua que cae del cielo,
                       han distinguido unos hombres en uniforme, armados hasta los dientes, plantados en los cuatro
                       rincones del vagón, impasibles pero vigilantes. Entonces han recordado: han comprendido su
                       destino y, en un sobresalto, tristes y anonadados, han venido
                       [26] a parar a este sueño a medias, a esta situación intermedia entre la vida y la muerte.
                            Llueve, sigue lloviendo. Un aire pesado, cargado de hedores, sube del montón de
                       cuerpos, se disipa en el frío húmedo y en la noche.
                            Al partir, eran cien.
                            Reunidos precipitadamente, con los perros a su alcance, tirados desordenadamente y
                       por grupos en el convoy, bajo los golpes y las órdenes a gritos, se han estremecido ante todo
                       cuanto se han encontrado, dispuestos para partir, en la exigua plataforma, sin víveres para el
                       viaje. Al instante, han comprendido que empezaba una gran prueba.
                            -- Achtung, Achtung! – se les ha prevenido sin transición -. De pie durante el día, por
                       la noche sentados... Nicht verschwinden! Toda infracción a este reglamento, sofort
                       erschossen!, ( ) ¿entendido?
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                            El vagón descubierto, el frío, la lluvia, pase aún, ya se ha visto otras veces. Pero, nada
                       para comer..., ¡nada para comer !
                            Para colmo de desgracia, desde hacía unas semanas no entraba un gramo de pan en el
                       campo y había sido preciso contentarse con los recursos de los almacenes: sopa clara de nabos,
                       un litre (a veces medio litro) y dos patatas pequeñas, por la noche, después de la larga y dura
                       jornada de trabajo. Nada para comer: todo se ha borrado ante esta amenaza, apenas han
                       prestado atención al rumor según el cual los norteamericanos están a doce kilómetros.
                            --Nada para comer, de pie durante el día, por la noche sentados...
                            Antes de terminer la primera noche, tres o cuatro de entre ellos, que han manifestado
                       demasiado precipitadamente el deseo de satisfacer una necesidad apremiante, han sido
                       agarrados por el cuello, pegados brutalmente contra la alta pared del vagón y ejecutados a
                       bocajarro:
                            ¡Crac!, contra la madera, ¡crac!
                            Se ha decidido hacerlo en los pantalones, primero prudentemente, reprimiéndose para



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                         ¡Atención, atención!... No intenten evadirse! ¡Fusilados en el acto!

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