Page 17 - Rassinier Paul La mentira de Ulises
P. 17

RASSINIER : La mentira de Ulises



                       murmullo de sus labios hace salir de su boca unas granulaciones terrosas. Escupe con
                       frecuencia:
                            -- ¡Gg!..., ¡gg!...
                            Con infinitas precauciones, mueve sus brazos sucesivamente: a la izquierda, nada, pero
                       a la derecha, sigue este dolor en el codo y en el hombro.
                            -- Vaya, diríase que se atenúa...
                            Repite el movimiento: es verdad, el dolor se calma en el juego de los músculos y de
                       las articulaciones; no se ha fracturado nada. Su pecho respira major.
                            Ahora en las piernas: contrae suavemente los músculos, esto le hace un daño horrible,
                       gritaría... Por fin, ya está hecho, nada fracturado tampoco por este lado, al menos no lo
                       parece. Se vuelve más tranquilo. Más metódico también.
                            Logra sentarse. Las contusiones de su cuerpo se hacen más dolorosas, la cataplasma de
                       sus ropas más helada. Tiembla de frío. En la boca del estómago, siente unos retortijones:
                       tiene
                       [31] hambre, es buen signo. Se extraña de no haber tenido hambre más pronto. Se lleva la
                       mano a la cabeza: su boina de presidiario está todavía encima, este le hace reír. Piensa en sus
                       chanclos: los ha perdido en la aventura, tanto peor. Se palpa: está cubierto de barro, y como
                       enrollado en una masa de alambre de la que se compromete ya a desembarazarse. Se vuelve, se
                       pone a gatas, un esfuerzo todavía y estará de pie.
                            De pie: está de pie, va a huir, los alemanes podrán replegarse, venir, pegarse a la vía
                       férrea... No tan pronto, la cabeza le da vueltas, tiene ganas de vomitar, siente que vacila, que
                       va a caer y que únicamente sus dos pies hundidos en la arena le mantienen en equilibrio, que
                       no puede contar con ponerlos uno delante del otro. Se endereza, y se sostiene tanto rato como
                       puede, pero siente que va a zozobrar, a hacerse todavía daño en la caída. Entonces lentamente,
                       muy lentamente, se pone en cuclillas: ya que no puede caminar, se arrastrará, pero no quedará
                       aquí, no, no quedará aquí. Y recuerda el convoy, los perros, los alemanes que van a
                       replegarse. Los norteamericanos.
                            -- Que están a doce kilómetros de aquí. No, decir esto sería demasiado tonto.
                            Saca sus pies del barro: ¡ploc, ploc!
                            Sobre las rodillas y sobre las manos, arrastrándose como un grueso gusano torturado,
                       acaba de descender por una cuesta, atraviesa algo así como una zanja llena de agua pegajosa,
                       un prado, llega a una parcela recientemente labrada: se arrastra la tierra por trozos, se pega en
                       las rodillas, en las piernas, en los codos. Se para, toma aliento...
                            Sin embargo la noche es menos negra, el cielo más despejado. Las formas de los
                       matorrales y de los árboles aislados de alrededor ya se perfilan en una tenue niebla.
                            Va a levantarse el día: otro peligro.
                            A unos centenares de metros, en la cima de una subida del terreno, distingue una masa
                       oscura: los árboles sin duda.
                            Se fija como primera finalidad alcanzarlos antes del amanecer. Se pone en movimiento.
                       El esfuerzo ha calentado su cuerpo, suavizado sus músculos y sus articulaciones, localizado el
                       dolor a lo largo del cuerpo, del lado derecho. Llega a ponerse de pie, a permanecer, a poner
                       sus pies descalzos e insensibles uno tras otro, a caminar. A marchar lentamente pues tiene que
                       arrastrar su pierna derecha y le duele mucho el hombro, pero camina, avanza:

                       [32] encorvado, molido, debilitado, decaído, se dirige hacia el bosque. El quiere, se endereza,
                       se esfuerza y se afianza. Antes del amanecer estará allí, se esconderá, se cubrirá de tierra,
                       llegarán los norteamericanos, estará salvado.



                                                             * * *


                            El resto ha pasado en un sueño, en un sueño con dos tiempos, largo, extenuante.
                            Al llegar al bosque, ha renunciado a internarse en la espesura, de la que teme la traición
                       y juzgado más prudente el sentarse aquí, un poco retirado sin embargo, entre los escasos
                       matorrales, desde donde puede ver venir de todas las direcciones, como en un oculto
                       observatorio.
                            El día se ha levantado, la pendiente que descendía a sus pies ha salido poco a poco de




                                                         –   17   –
   12   13   14   15   16   17   18   19   20   21   22