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RASSINIER : La mentira de Ulises




                            A la mañana siguiente, temprano, cuando el sol ya estaba alto, se puso en camino... El
                       estampido de los cañones seguía retumbando; detrás de él, las poatentes máquinas de guetra
                       seguían subiendo para reforzar el frente... A la salida del pueblo, ante una

                       [45] casa aislada, unos paisanos cocían algo en un caldero puesto sobre dos piedras: estaban
                       allí una media docena, mal vestidos, mal lavados, sin afeitar, sucios, y vio que uno de ellos
                       alimentaba el fuego con libros que cogía de un montón. Se acercó con curiosidad: eran obreros
                       forzados belgas y holandeses, los libres eran los de la «Hitler-Jugend-Bücherei».
                            Echó una mirada sobre los títulos: Kritik über Feuerbach, Die Räuber, de Schiller;
                       Kant und die Moral, Goethe, Hölderlin, Fichte, Nietzsche, etc., allí estaban todos como en
                       una cita trágica y esperaban a que fuese decidida su suerte entre señores de linaje menos noble,
                       como los Goebbels y los Streicher. El papel era bueno, la encuadernación sencilla, la
                       presentación de buena contextura. Siempre había tenido una debilidad por los libros,
                       cualesquiera que fuesen. Tomó uno de ellos : Tú y el arte, por un jefe del nacionalsocialismo.
                       Lo abrió maquinalmente y via una reproducción en colores de «La liberté guidant le peuple»,
                       de Delacroix. Pasó las hojas más atento: unas flores de Monet, un detalle de Renoir, «La
                       Gioconda», «Madame Récamier», «El rnartirio de San Sebastián»... El contraste con el
                       infierno del que salía le dolió, pidió autorización para llevarse este libroe, fruto sin embargo
                       de esta civilización que había sido tan cruel con él y que asombrará y escandalizará al mundo
                       hasta el fin de los siglos. La autorización le fue concedida con una sonrisa y un mal chiste.
                       Ciertamente, era difícil de comprenderlo.
                            Tomó de nuevo la dirección oeste, con el presentimiento de que no encontraría nunca
                       una ambulancia de buena voluntad, de que tendría que ir a pie hasta el fin... Bruscamente se
                       sintió en el umbral de una nueva aventura y, aunque en otra época y bajo otro cielo, hubiera
                       querido que se pareciese a la de Ulises que había evocado el día anterior.
                            Ante él, veía carreteras, campesinos en los campos, zarzales en cierne, árboles brotando,
                       granjas, gentes que le preguntaban su historia y a las cuales se la contaba de buena gana,
                       carreteras y más carreteras y, allá abajo, en el fondo de este horizonte de espejismo, una casita
                       bajo las tuyas, en las afueras de una pequeña ciudad. En el jardín, un chiquillo que seguía
                       teniendo dos años y que jugaba con la arena, levantaba grandes ojos asombrados al verte llegar
                       con su traje de presidiario... Le dirigió la palabra:
                            -- ¿Cómo te llamas, pequeño? ¿Dónde está tu mamá?...
                            Y lloró.







































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