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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       franceses están convencidos de que es la traducción de la célebre advertencia que Dante coloca
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                       en la puerta del infierno: «Abandonad toda esperanza los que aquí entráis.». ( )
                            Esto es el colmo y yo soy un incrédulo.
                       [59]
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                            El bloque está dividido en dos castas: por un lado los recién llegados, por el otro los
                       once individuos, jefe de bloque, escribiente, peluquero y Stubendienst, germanos o eslavos,
                       que forman su aparato administrativo, con una especie de solidaridad que elimina todas las
                       discrepancias, todas las diferencias de condiciones o de concepciones y les une a todos incluso
                       en la reprobación contra los demás. Ellos, que también son presos como nosotros, pero desde
                       hace más tiempo, y que conocen todas las bribonadas de la vida penitenciaria, se comportan
                       como si fuesen nuestros amos, nos mandan con el insulto, la amenaza y el garrote. Nos es
                       imposible considrarlos como agentes provocadores o esbirros de la S.S. Yo entiendo al fin lo
                       que son los «Chaouchs», esos carceleros y sus hombres de confianza en los presidios, de los
                       cuales nos habla la literatura francesa sobre prisiones de todo tipo. Desde la mañana hasta la
                       noche, los nuestros, arqueando el torso, alardean del poder que tienen para enviarnos al
                       crematorio a la mener salida de tono y con una simple palabra. Y, también desde la mañana
                       hasta la noche, comen y fuman lo que insolentemente, visto y sabido por todos, nos roban de
                       nuestras raciones: litros de sopa, rebanadas de pan con margarina, patataes guisadas con
                       cebolla o con pimiento picante. Ellos no trabajan. Están gordos. Nos repugnan.
                            En este ambieante he conocido a Jircszah.
                            Jircszah es checo. Abogado. Antes de la guerra fue teniente alcalde de Praga. Lo
                       primero que hicieron los alemanes al entrer en Checoslovaquia fue detenerlo y deportarlo.
                       Hace cuatro años que vive en los campos. Los conoce todos: Auschwitz, Mauthausen,
                       Dachau, Oranienburg... Un incidente trivial le salvó hace dos años y le ha traído a
                       Buchenwald en un transporte de enfermos. A su llegada, uno de sus compatriotas le ha
                       encontrado el puesto de intérprete general para los eslavos. Espera poder conservarlo hasta el
                       fin de la guerra que, aunque no lo cree próximo, siente que finalmente llegará. Vive con los
                       «Chaouchs» del bloque 48 que le consideran como uno de los suyos, pero él nos da a
                       continuación garantías que nos permiten considerarlo como uno de los nuestros: sus raciones
                       que distribuye, los libros que se procura y nos presta.
                            Jircszah toma por primera vez contacto con los franceses. Nos
                       [60] contempla con curiosidad. También con compasión, ¿son éstos franceses? ¿Es ésta la
                       cultura francesa de la que tanto se hablaba en sus tiempos de estudiante? Está decepcionado,
                       no vuelve más.
                            Mi escepticismo y la manera casi sistemática con la que me mantengo al margen de la
                       bulliciosa vida del bloque, le aproximan a mí.
                            -- ¿Es ésta la resistencia?
                            Yo no respondo. Para reconciliarle con Francia le presento a Crémieux.
                            El no aprueba ciertamente el comportamiento de los «Chaouchs», pero no se
                       escandaliza por ello ni tampoco les desprecia.
                            -- He visto cosas peores – dice -. No hay que pedir a los hombres demasiada
                       imaginación en el camino del bien. Cuando un esclavo gana un galón sin salir de su estado es
                       más tirano que sus propios tiranos.
                            Me cuenta la historia de Buchenwald y de los otros campos.
                            -- Hay mucho de verdad en todo lo que se dice sobre los horrores de los cuales son
                       escenario, pero también hay mucho de exageración. Hay que contar con el complejo de la
                       mentira de Ulises que es el de todos los hombres, y en consecuencia también de todos los
                       internados. La humanidad tiene necesidad de lo maravilloso, tanto en lo malo como en lo
                       bueno, en lo feo como en lo bello. Cada uno espera y desea salir de la aventura con la aureola
                       del santo, del héroe o del mártir y cada uno adorna su propia odisea sin darse cuenta de que la
                       realidad ya se basta ampliamente a sí misma.


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                         Al ser liberado en mayo de 1945, cuando todavía me encontraba en Alemania y en el camino de regreso, oí una
                       charla radiofónica de un deportado –Gandrey Retty, si no recuerdo mal—, en la que ofrecía esta interpretación.
                       Así nacen los bulos.

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