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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       confiada la realización del proyecto! Pongámonos ahora en el lugar de los cincuenta S.S. de
                       Buchenwald, el día en que, desbordados por un millar de detenidos y el embotellamiento de
                       una enorme masa de material , tuvieron que hacer el primer encuadramiento de sus víctimas y
                       designar el primer Lageral tester . Entre un Tahlmann o un Breitscheid, destacados en
                       particular, y el primer criminal venido por haber asesinado a su suegra o haber violado a su
                       hermana, pero que era vulgar y flexible en la medida de sus deseos, no titubearon, escogieron
                       al segundo. A su vez, éste designó los Kapos y los Blockaltester y, forzosamente, les tom6 de
                       entre su propio mundo, es decir, entre los delincuentes.
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                            Sólo cuando los campos tomaron un cierto desarrollo, cuando se convirtieron en
                       verdaderos centros etnográficos e industriales, fueron verdaderamente necesarios hombres con
                       una cierta categoría moral e intelectual para aportar a la S.S.-Führung una ayuda eficaz. Esta
                       última se dio cuenta de que los delincuentes eran la escoria de la población, tanto en el campo
                       como en otras partes, y que estaban muy por debajo del esfuerzo que se les pedía. Entonces la
                       S.S. recurrió a los políticos. Un día fue preciso reemplazar un Lagerältester verde por otro
                       rojo, el cual empezó inmediatamente a liquidar de todos los puestos a los verdes, en provecho
                       de los rojos. Así nació la lucha entre verdes y rojos, que tomó con rapidez un carácter
                       permanente. Así se explica también que los viejos campos, Buchenwald y Dachau, estuviesen
                       en manos de los políticos cuando nosotros los conocimos, mientras que los jóvenes, todavía
                       en el período de Straflager o de Arbeitslager, salvo portentosas casualidades, continuaban en
                       manos de los verdes.
                            Se ha intentado decir que esta lucha entre verdes y rojos, que por otra parte sólo estalló
                       muy tarde y entre el contingente alemán de la población de los campos, era el resultado de una
                       coordinación de esfuerzos de los segundos contra los primeros: esto es inexacto. Los
                       políticos, desconfiados los unos para con los otros, desamparados, no tenían entre ellos más
                       que unos lazos de solidaridad muy vagos y tenues. Por el contrario, por parte de los verdes
                       todo era distinto: formaban un bloque compacto, poderosamente cimentado por la confianza
                       instintiva que siempre existe entre gantes del mismo medio, carne de cárcel o racimo de horca.
                       El triunfo de los rojos no fue debido más que al acaso, a la incapacidad de los verdes y al
                       discernimiento de la S.S.
                            Se ha dicho también que los políticos – sobre todo los políticos alemanes -, habían
                       formado comités revolucionarios, que tenían asambleas en los campos, que almacenaban
                       armas e incluso mantenían correspondencia clandestina con el exterior, o de un campo con
                       otro: esto es una leyenda. Puede que una afortunada coincidencia de circunstancias haya
                       permitido a un individuo, alguna vez por casualidad, sostener correspondencia con el exterior,
                       o con un compañero de infortunio de otro campo, a espaldas de la S.S.-Fübrung  :así un
                       libertado que con marchas precauciones lleva noticias de un internado a su familia o a un
                       amigo político, uno nuevo que al llegar hace la operación inversa, un transporte

                       [80] que pasa noticias de un campo a otro. Pero era sumamente raro, al menos durante la
                       guerra, que un detenido fuese puesto en libertad y, respecto a los transportes, nadie en el
                       campo, ni siquiera el grueso de la S.S., conocía su destino hasta que habían llegado a él.
                       Generalmente, unas semanas o meses después, se sabía que un transporte había ido a Dora o
                       Ellrich por los enfermos que excepcionalmente volvían, frecuentemente por los muertos, que
                       se devolvían al campo para ser incinerados y sobre cuyo pecho se podía leer el número y la
                       procedencia. Decir que estas relaciones eran premeditadas, organizadas y seguidas, pertenece a
                       la más elevada fantasía. Pasemos por alto los almacenamientos de armas: en los últimos días
                       de Buchenwald, gracias al desorden, los presos pudieron sustraer de la fabricación corriente
                       piezas heterogéneas de armas, e incluso armas completas, pero de ahí a afirmar que se trataba
                       de una práctica sistematizada hay el mundo que separa al buen sentido del ridículo. Dejemos a
                       un lado también los comités revolucionarios y las asambleas que tenían; he reído con ganas
                       cuando tras la liberación he oído hablar del comité de defensa de los intereses franceses del
                       campo de Buchenwald. Tres o cuatro comunistas vocingleros: en cabeza Marcel Paul, ( )y el
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                       famoso coronel Manhès, que habían logrado escapar a los transportes de evacuación, hicieron
                       surgir este comité de la nada tras la partida de la S.S. y antes de 1a llegada de los
                       norteamericanos. Ellos lograron hacer creer a los demás que se trataba de un Comité nacido



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                         Stubendienst en el bloque 56, después en el bloque 24, donde llegaban los paquetes. (Véase pág. 183.)

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