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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       de la colina. Una estrecha vía férrea en forma de elipse, cuyo diámetro mayor será de unos 800
                       metros, está colocada allí, en declive. Dos convoys de ocho vagonetas voIquetes, arrastrados
                       por una locomotora de petróleo, forman una especie de circuito perpetuo sobre los raíles.
                       Mientras 32 hombres – cuatro por vagón – cargan el convoy que se encuentra en la cima, otros
                       32 descargan el que se encuentra al pie, teniendo cuidado en poner a nivel las masas de tierra.
                       Cuando el convoy vacío llega a la cima, el otro debe partir cargado: cada veinte minutos.
                       Generalmente, la primera salida se logra en el tiempo previsto. En la segunda, hay retrasos
                       que provocan los gruñidos del Meister, del Kapo  y de los Vorarbeiter. En la tercera, el
                       convoy vacío está allí cinco minutos antes, y harán falta otros cinco antes de que esté
                       dispuesto para partir: el Meister sonríe irónicamente y se encoge de hombros, el Kapo  grita y
                       los Vorarbeiter se lanzan sobre nosotros. Nadie se deja engañar por la galopada. El retraso
                       aumenta con el tiempo, por lo que llegan a hacer falta tres hombres para apalear a los treinta y
                       dos, y, a partir de este momento, no se volverá a ganar el tiempo perdido, el trabajo está
                       desorganizado para el resto del día.
                            En el cuarto viaje, nuevo retraso, nuevas galopadas. En el quinto, el Kapo  y los
                       Vorarbeiter comprenden que no se puede hacer nada, y se cansan de golpear. Por la noche, en
                       vez de los treinta y seis viajes previstos a razón de tres por hora, se llega trabajosamente a un
                       total de quince o veinte.
                            Mediodía: se distribuye medio litro de café caliente en el mismo lugar de trabajo. Se
                       bebe de pie y se come el resto del pan, de la margarina y del salchichón distribuidos por la
                       mañana.
                            Doce y veinte: comienza de nuevo el trabajo.
                            Por la tarde, se arrastra el trabajo. Los hombres, hambrientos y helados, apenas tienen
                       fuerzas para mantenerse en pie. El Kapo desaparece, los Vorarbeiter se ablandan, el propio
                       Meister parece comprender que no se puede sacar nada de estos guiñapos que somos, y deja
                       pasar. Hacemos como si trabajásemos: también

                       [88] resulta penoso, pues hay que frotarse las manos, mover los pies para combatir el frío. De
                       vez en cuando, pasa uno de la S.S.: los Vorarbeiter, al acecho, le ven venir de lejos y le
                       señalan: cuando llega a la altura del comando, cada uno está efectivamente en su tarea. Habla
                       unas palabras con el Meister:
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                            -- Wie geht's? ( )
                            Un descorazonado encogimiento de hombros le responde:
                            -- Langsam, langsam. Sehr langsam! Schauen Sie mal diese Lumpen: was soll man
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                       mit ihnen machen? ( )
                            El de la S.S. encoge a su vez los hombros, gruñe y pasa o bien según su humor, se
                       desata en insultos, distribuye al azar algunos puñetazos, amenaza con su revólver y abandona
                       el lugar. Cuando está fuera de alcance, el comando se detiene de nuevo.
                            -- Aufpassen! Aufpassen! ( ) – dice el Meister casi paternalmente.
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                            Las seis de la tarde llegan con un relajamiento general.
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                            --Feierabend ( ) – dice el Meister.
                            El Kapo, reaparecido un momento antes, reúne a sus hombres para colocar las
                       herramientas, lanza algunos gritos que estimulan a los Vorarbeiter,  y distribuye algunos
                       golpes: retorno a la disciplina por el terror.
                            Las seis cuarenta: el comando toma la dirección del campo, en filas de a cinco,
                       marcando el paso. A las siete, formados por bloques y no por comandos, esperamos de nuevo,
                       tiritando y con los pies en el barro, a que estos señores hayan acabado de contarnos: esto dura
                       dos o tres horas.
                            Entre las ocho y las nueve, llegamos al bloque. En la entrada está un Stubendienst, con
                       la porra en la mano: hay que descalzarse, lavar los chanclos, entrar llevándolos en la mano, y
                       sólo si han sido considerados como limpios. Al pasar al comedor, hay que dejarlos en filas,
                       luego tender la escudilla en la que otro Stubendienst  sirve, teóricamente, un litro de sopa, y
                       comer de pie en una algarabía inenarrable. Cumplidas estas diversas formalidades, un tercer
                       Stubendienst autoriza a volver al dormitorio, donde podemos tumbarnos hacinados sobre un



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                         ¿Qué tal va?
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                         ¡Lento, lento, muy lentamente! Mire estos granujas, ¿qué se puede hacer con ellos?
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                         ¡cuidado! ¡Cuidado!
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                         Descanso.
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