Page 12 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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Prólogo



                                                       DR. JAIM WEIZMANN



            Entre los clásicos del sionismo, “El Estado Judío” de Teodoro
         Herzl, ocupa un lugar único. Su grandeza no reside en su origi-
         nalidad. Aun en 1895 no ofrecía un análisis completamente no-
         vedoso del problema judío. “Roma y Jerusalén”, de Moisés Hess,
         está saturado de una pasión histórica que Herzl jamás poseyó;
         León Pinsker en su “Autoemancipación” ahondó más en las rea-
         lidades psicológicas y sociales de la carencia de patria, que Herzl
         en su primera manifestación sionista. Sin embargo, ambos profé-
         ticos manifiestos de la redención nacional, no lograron provocar
         el eco que obtuvo la publicación de “El Estado Judío”.
            ¿Qué fue lo que salvó a “El Estado Judío” de la oscuridad que
         tocó en suerte a sus predecesores, “Roma y Jerusalén” y “Autoe-
         mancipación”? ¿Por qué causa reverberó su llamado en todas las
         comunidades judías de Oriente y Occidente? Su éxito puede atri-
         buirse en parte a la época de su aparición, en los tensos días del
         “Affaire Dreyfus” que hizo aflorar repentinamente el problema ju-
         dío en la mente de muchos correligionarios que habían olvidado
         ya su existencia. También se lo puede atribuir a la simplicidad de
         su formulación tras la cual, sin embargo, se presiente una fuerza
         elemental.  Pero la causa más poderosa era la personalidad del
         autor, que desborda ya de las páginas de “El Estado Judío”. Des-
         de el principio mismo de su carrera sionista, cuando se dedicaba
         aún al estudio de la cuestión en la soledad de su gabinete, com-
         pletamente ignorante de los otros a quienes tenía perplejos el
         mismo problema, debió haberlo poseído un sentido de misión y
         vocación, abrumado ya por la carga que debía soportar hasta el
         último día de su vida. Herzl escribió más tarde: “No recuerdo ja-
         más haber escrito algo en un estado de ánimo tan exaltado como
         este libro. Heine decía que escuchaba el batir de las alas de un
         águila sobre su cabeza, cuando escribía ciertos versos. Yo tenía
         una sensación parecida al escribir este libro. Trabajé en él día tras


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