Page 16 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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Prefacio



                                                        DAVID BEN GURION



            Ni bien apareció “El Estado Judío”, le aconsejó uno de sus ami-
         gos, que leyese el folleto de Pinsker: “Autoemancipación”. Una vez
         leído manifestó Herzl que, de haberlo hecho antes, no hubiese escri-
         to “El Estado Judío”.
            La historia judía quedará agradecida a este hecho que le permitió
         escribir su opúsculo, a pesar de la autoconfesión de no haber inno-
         vado nada. Herzl reveló, en su escrito, algo más que una nueva idea:
         se descubrió a sí mismo, al visionario, al guía, al arquitecto y al di-
         rigente político sin par en nuestra historia después de la derrota de
         Bar-Kojbá.
            La idea que restituyera a Herzl al seno de su pueblo no contenía,
         tal como él lo manifestara, nada nuevo: el establecimiento del Esta-
         do Judío”. Esto escribió en la introducción de su obra. En la conso-
         lidación del ideal sionista, no renovó Herzl prácticamente nada, ni en
         la interpretación del problema judío, problema de un pueblo en la
         diáspora, sin posibilidades ni perspectivas; ni tampoco al contemplar
         la necesidad de una concentración territorial. En “El Estado Judío”
         Herzl no consideró aún que el retorno a la Patria constituye la única
         posibilidad de una concentración territorial y de la erección de un Es-
         tado Judío. Casi en todos los postulados sionistas teóricos, a diferen-
         cia de la faz práctica de realización, precedieron a Herzl muchos e
         importantes pensadores. Rabí Iehudá Alcalay, el heredero moderno
         de Don Iosef Nassí, y Rabí Jaim Abulafia, ambos soñadores sionistas
         en el seno del judaísmo sefaradí; Rabí Tzví Hirsch Kalischer y Rabí
         Jaim Luria (descendiente del “Ari”, Rabí Itzjak Luria), los rabinos del
         judaísmo ashkenazí. Como también dos judíos ingleses: Sir Moshé
         Montefiori y Biniamín Disraeli  (Lord Beaconsfield). El primero de es-
         tos fundó, en 1856, el primer punto agrícola del país: Pardés Mon-
         tefiori, y el segundo escribió la primera novela sionista, “Tancredo”
         (1842). También en América surgió, en los albores del siglo XIX, un
         redentor del ideal sionista: Mordejai Nóaj, que pretendió crear en


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