Page 14 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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EL ESTADO JUDÍO
de los ghettos del Oriente Europeo, a quienes descubrió gracias
al movimiento sionista. Los pasajes más emotivos de su diario, se
refieren a los delegados de la Europa Oriental al Primer Congre-
so Sionista. En los ghettos de Vilna y Varsovia trabó conocimien-
to con el gran ejército de colaboradores y adeptos, y sabía que po-
día confiar en ellos “hasta la muerte. Este descubrimiento era
completamente nuevo para él y desde entonces, fue su ambición
suprema “ser digno de esa fe”.
Le obsesionaba el espectro del pogrom que, aun cuando impre-
sionaba la imaginación del judaísmo occidental, constituía una
débil manifestación del antisemitismo, si se lo compara con lo
que ahora ocurre. No comprendió los recursos casi ilimitados de
paciencia y fortaleza moral que rebosaba de los ghettos de Vilna
y Varsovia, que soportaban todas las dificultades, en la esperan-
za de que sobrevivirían a sus detractores como siempre ocurrió.
Estaba resuelto a crear un refugio temporario para este pueblo,
particularmente cuando se dio cuenta que la solución palestinen-
se podría tardar más de lo que él podía presumir. Era racional o,
como se los llama hoy, un político realista, en contradicción a la
actitud un tanto mística de las comunidades judías del Este,
Herzl tuvo la sorpresa más grande de su vida al ver que su pro-
yecto de Uganda tropezaba con la oposición de los judíos que más
lo necesitaban. Los judíos de Occidente, seguros en sus posicio-
nes, querían enviar a sus hermanos del Este a Uganda, y he aquí
que éstos se resisten, prefiriendo esperar, en medio del peligro,
sin ceder en su fe en la solución definitiva del problema judío, en
Eretz Israel.
No obstante los innumerables desencantos y sinsabores que
experimentó en su breve carrera de líder sionista, Herzl jamás
perdió su fe en el inevitable establecimiento de un Estado Judío.
Cuando escribió su “Estado Judío”, apenas si se daba cuenta de
la magnitud de la obra puesta en marcha, con los primeros pasos
hacia lo que él llamaba “una solución moderna del problema ju-
dío”. Tampoco tenía idea del papel que a él mismo le tocaría de-
sempeñar. En la introducción de “El Estado Judío”, escribió:
“Siento que con la publicación de este panfleto mi tarea ha ter-
minado. No volveré a tomar la pluma como no sea para replicar
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