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mejores amigas de la emergencia, quien estaba con el hombre, de lo más
tranquila. Eso me hizo reaccionar, tomé valor, caminé firme, me acerqué
diciendo: “Buenas noches doctora, cuénteme de qué se trata”. Me lo
presentó, lo valoré y fuimos a retirarnos el EPP (equipo de protección
personal). Entre risas me dijo: “Doctor, cuanta seriedad”. Le dije que
estaba aterrado, a lo que me respondió “Aquí me tienes pequeño, vivita y
coleando”. Fue un bálsamo de tranquilidad.
Eran las dos de la madrugada, estaba rendido, y apenas era una valo-
ración. El desgaste emocional me consumía. Mi compañera me dijo: “Si
quieres duerme unas horas porque a las cinco debemos entrar a sacar
muestras”. Casi me da un infarto, si a duras penas quería entrar a valorar,
peor sacar muestras. “¡Trágame tierra!” deseaba con todo mi ser. Lle-
gado el momento, con toda la puntualidad requerida, reconocí que había
diez pacientes y me imaginé que lo haríamos mitad y mitad, pero como
nada en la vida es color rosa, recibí la orden de que sacaría las muestras
de aquellos diez sospechosos, encontrando el pedido en cada habitación.
“¡Ya llévame Diosito!” imploraba.
Puesto el traje, con mucho calor, entré a la primera habitación para
cumplir con lo dispuesto. Tomé los tubos y para mi desgracia las gafas se
empañaron a tal punto que no veía nada. Salí de la habitación, calmé mi
taquipnea y volví a entrar para la misión, en la que me demoré media hora
tomando la muestra. ¡Media hora!
Una de las licenciadas que estaba en esa área me reconoce y dice,
“Doctor, ¿por acá estará?”. Aún veía borroso así que asenté con la ca-
beza, contestándole “Claro, ya tocó trabajar por estos rumbos”. Luego
me preguntó: “¿Ya hizo las evoluciones de la mañana? Verá que sino
descarga medicación no me puedo ir”, a lo que respondía sobre la
marcha que tendríamos que quedarnos puesto que me faltaba tomar todas
las muestras solicitadas. Me contestó: “Vaya a hacer las evoluciones rá-
pido, yo debo recanalizar a los pacientes y ahí les saco las muestras”.
Pasé visita uno por uno, tomé signos vitales y salí corriendo, me cambié
el EPP y volé a evolucionar.
Siendo las ocho de la mañana llegaron los doctores que recibían el
turno y el jefe de servicio dio la clásica charla motivadora, pero yo con-
taba los minutos para irme; y, al igual que yo, los residentes de los otros
servicios temblaban de miedo. Entregué lo correspondiente, quería salir
corriendo a tomar una ducha de dos horas y, si era posible, sumergirme
en cloro; sin embargo, el jefe me detuvo en el pasillo y con voz firme
manifestó: “Tú y otros cuatro residentes quedan a cargo de la guardia”.
No sabía si dar las gracias o de una vez caer rendido.
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