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las cosas los médicos o es la sociedad la que no comprende la verdadera
            magnitud del problema?”

               Me deja interrogantes de todo tipo e invita a reflexionar y plantear
            nuevas ideas, teniéndolo alrededor, luego de que se llevó al más allá a
            varias personas del círculo cercano y a familiares directos. “¿Cómo de-
            jamos que esto suceda?” vuelvo a pensar.
               Nunca nadie nos preparó a enfrentar una pandemia, ninguna univer-
            sidad disertó la fisiopatología de la Covid-19, ningún farmacólogo im-
            plementó la medicina correcta para recetar a quienes se infectaran, nadie
            creó protocolos de atención para estudiantes de medicina: nada, nunca,
            nadie. Se sentía como estar en un desierto, donde pocos disponían de la
            tan anhelada agua, y a pesar de recorrer cerca de nueve o diez meses sus
            extensos arenales, que no serán los únicos ni últimos, nos sigue consu-
            miendo uno a uno.
               Nuestra rutina salió de sus cabales, tomamos medidas mucho más
            drásticas, fortalecimos protocolos de bioseguridad, estudiamos artículos
            que salían día a día con nuevas actualizaciones; así nos dimos cuenta que
            todo lo que ya estudiamos antes quedó obsoleto, los medicamentos que
            antes prescribimos ya no tienen validez, o peor aún, causaron más daño
            que beneficio. Esta idea domina nuestro pensamiento y carcome al vals
            de un reloj de arena nuestro sueño, estamos llenos de dudas, inquietudes
            y sobre todo llenos de miedo.
               Hacemos rituales completos al colocarnos un traje de protección que
            jamás antes hemos usado, pecamos de prevenidos, pues tenemos miedo y
            no queremos contagiarnos, pero también queremos ayudar y pesa mucho
            más la vocación que el miedo que azota a la población entera. Nos en-
            comendamos a aquel ser Omnipotente, oramos y salimos llenos de espe-
            ranza a carpas improvisadas a atender a cientos de enfermos de Covid-
            19; hacemos nuestro mejor trabajo, pero son jornadas interminables, sin
            ni siquiera beber un poco de agua, reteniendo mililitros de orina en la ve-
            jiga, que está a punto de estallar, ya sea ahogados en calor ante la máxima
            manifestación solar, o cubiertos de frío cuando decide esconderse tras
            grandes nubes grises que lloran las incontables pérdidas humanas. ¡Se-
            guimos luchando!
               Hablar de los sacrificios que efectuamos como personal de salud, o
            de la gran labor realizada por médicos, enfermeras, personal de limpieza,
            auxiliares de enfermería, psicólogos y de todos quienes trabajan en pri-
            mera línea es redundar porque significa narrar una y otra vez el inmenso
            trabajo arduo y agotador que realizamos, pero quiero ir más allá, cruzar
            al otro lado y narrar la parte del último adiós.
               En las líneas previas me refiero al momento en el que como médicos
            atendemos a un paciente, realizamos exámenes, imágenes y por su com-
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