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Volviendo al tratamiento, se me prescribió Azitromiicina de 500mg.
            por vía oral; levofloxacion de 500mg. de igual manera, y vitamina C.
            Todo por siete días, con el fin de mitigar lo ya descrito en párrafos an-
            teriores. Sin embargo, la mejora parte de la receta, su componente más
            importante, fue el cuidado recibido de mi madre, siendo su amor el punto
            fundamental de mi recuperación. Aun así, a fin de mes, tuve una recaída y
            consecuente deterioro que derivó en hospitalización, como consecuencia
            de los estudios realizados, que consistieron en una radiografía estándar
            de tórax, la cual no aportó datos relevantes, lo que sí sucedió con la tomo-
            grafía posterior, que mostró un patrón de “vidrio esmerilado”. El cuadro
            clínico podía empeorar en cualquier momento.
               Jamás olvidaré que se me asignó la habitación 310, a la cual llegué te-
            niendo vía periférica y oxígeno por medio de mascarilla, más la medica-
            ción indicada por el internista de turno. Era inevitable pensar que el rato
            menos pensado podría sufrir una descompensación que me lleve a terapia
            intensiva, y quizás el fatal desenlace al que nadie quiere llegar. Menos
            mal, con el pasar de los días, ya en abril, tuve una favorable evolución
            hasta recibir el alta médica. ¡Vencí al Covid-19! Dentro de una realidad
            en la que muchos compatriotas no pudieron hacerlo, y que no se detendrá
            por tiempo indefinido.
               Habiendo vuelto a la vida como el Ave Fénix, correspondió volver a
            trabajar al hospital, sitio en el que el panorama era devastador, crítico,
            triste. Se me asignaron los turnos matutino y vespertino en el área de
            pacientes infectados, sin compañía, puesto que quien debía compartir la
            jornada conmigo también estaba contagiado. Veinticinco camas llenas,
            como único médico de piso, con pronósticos reservados, y algunos listos
            para pasar a UCI, diría que casi la mitad de ellos. Eso sí, bien puesto el
            Equipo de Protección Personal que ya estaba vigente en todos los centros
            de salud del país.

               Lucí fuerte frente a los compañeros que me entregaron el turno, pero
            por dentro la tristeza me consumía. Ya solo, me puse a meditar sobre esta
            situación, no sólo local, y era difícil encontrar una respuesta a la pregunta
            que muy seguramente nos hemos hecho todos más de una vez, desde que
            empezó la pandemia: “¿Por qué ahora pasa esto?” Además, cada turno,
            cada día, la zozobra me acompañaba como que fuera mi sombra, pen-
            sando en que podría volver a contagiarme en el ejercicio de la profesión.
               Sí, también vi a gente morir en la puerta del hospital por no poder ser
            recibidos dada la altísima demanda y saturación producida por la rápida
            expansión del virus. Imágenes que marcaron mi alma, así como una pa-
            ciente en especial.
                Ella cursó un cuadro clínico de una enfermedad multivasos en con-
            junto con Covid-19. Al principio resulto difícil descifrar si era un caso

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