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salud ya que la progresión era exponencial, alarmante, retadora, “¿Será
que también aquí colapsa el sistema de salud? ¿Habrá muertos en las
casas, calles?” eran las interrogantes que caminaban en mi mente. De a
poco, la realidad empezó responderme.
Para fin de mayo, la cifra de atención a pacientes con síntomas respi-
ratorios creció dramáticamente, sin entrar en el debate de las cifras ofi-
ciales ya que ese es tema de otra publicación en un espacio diferente a
este. En todo caso, era evidente el incremento, tanto para nosotros como
miembros de la unidad, así como para la comunidad. De hecho, la casa
asistencial fue objeto de denuncias constantes de parte de la ciudadanía,
a través de los medios de comunicación e internet, quienes reclamaban
respecto a la falta de métodos diagnósticos, la capacidad de atención en
sitio y referencia a otros centros de salud de mayor complejidad, entre
otras consideraciones. Crisis dentro de la crisis.
La ansiedad se convirtió en la ineludible compañera de actividades
para quienes estábamos en la primera línea de atención, debido a que
varios de los compañeros con los que compartíamos el reto hombro a
hombro, resultaron positivos para Covid-19. Y hablo de reto porque no
solamente correspondía atender casos confirmados, sino también lidiar
con peticiones de la gente que insistía en la realización de pruebas diag-
nósticas a domicilio, sin criterio clínico o sospecha alguna de contagio.
Era una licuadora llena de ingredientes complicados, que exacerbaban la
desazón de laborar.
Ya era junio, mes en el que era inevitable recibir el turno sin pacientes
con mal estado general, con tres camas disponibles, siempre ocupadas.
Las horas se iban entre la atención en sí misma, las llamadas para poder
derivar a sus ocupantes al siguiente nivel de atención y el diálogo con
sus familiares respecto a los pronósticos desfavorables, improvisando en
medidas para el cuidado especializado que requerían. No fue sencillo
desde ningún punto de vista.
Uno de los momentos de mayor impacto para mí fue ante la llegada de
un hombre procedente del centro geriátrico municipal; un adulto mayor
cercano a los noventa años con múltiples comorbilidades, fiebre y tos; de
inmediato realicé la evolución clínica, exámenes complementarios co-
rrespondientes, concluyendo que era un caso sospechoso para Covid-19.
No obstante, las autoridades del centro geriátrico se mostraron escépticas
ante mi diagnóstico, puesto que tres días atrás habían realizado pruebas
rápidas a todos sus usuarios, las mismas que arrojaron resultados nega-
tivos sin excepción. Insistí en que el señor debía ser aislado y establecer
el cerco epidemiológico, ya que, si se confirmaba el caso, podría ser ca-
tastrófico dentro de sus instalaciones.
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