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ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE


                                             Por: Md. Gybson Javier Zurita Vega

                  Si llegaste a este relato déjame decirte que vas muy bien y sin duda
               alguna estás reviviendo nuestras experiencias a través de estas páginas;
               por lo tanto, bienvenido a mi historia, en la primera línea, durante la pan-
               demia. ¡Comencemos!

                  Mis días como médico general, se basan en alternar entre: trabajo en
               la mañana, convivencia familiar en la tarde, y estudio por la noche-ma-
               drugada. Te preguntarás qué tiene que ver eso con el Covid-19; te com-
               prendo, pero déjame llegar a ese tema. Desde que se reportó el primer
               caso en China, supe que tenía que capacitarme sobre el virus y entre
               colegas comenzamos repasar temas que, por desuso, habíamos olvidado.
               Por tanto, me inscribí a diplomados de ecografía general, unidad de cui-
               dados intensivos, ventilación mecánica, urgencias cardiológicas, electro-
               cardiografía avanzada, entre otros.

                  No te quiero aburrir contándote lo que he cursado porque la lista
               sigue; sin embargo, lo menciono para que comprendas que, aunque me
               encontraba relativamente preparado, todos los estudios del mundo no al-
               canzaron para lo que viví, como todos los colegas, dentro de los centros
               de salud y hospitales en época de pandemia. Para mediados de enero, el
               virus se estaba extendiendo por el mundo. En donde trabajaba, iniciamos
               campañas de promoción de salud por nombrarte ejemplos: charlas de téc-
               nica de lavado de manos y su importancia, Covid-19, signos y síntomas
               de la enfermedad, en fin, todo lo relacionado a la prevención de esta
               patología.
                  Esto lo hacíamos todos los días, a veces de dos a tres veces en la
               misma jornada, porque era la única manera de ganarle tiempo al tiempo,
               situación que se repetía en todo el país. A finales de febrero, se informó
               sobre el primer caso confirmado y que su estado era crítico. Saltaron las
               alarmas y el pánico se apoderó de la población; los centros de salud se
               abarrotaron de pacientes, personas asintomáticas acudían sin cita médica
               y argumentaban que un familiar tenía síntomas, que aparentemente por
               lo descrito más parecía un resfriado común o faringitis; sin embargo,
               creían que era el virus y querían que se les hagan pruebas para confirmar
               o desmentir la situación.
                  Como efecto del miedo, en el imaginario colectivo se idealizó la idea
               de que los médicos podíamos realizar las pruebas en cualquier momento
               y no era así, lo que provocaba enojo en algunos que exigían que se les
               haga. Tristemente sí vi casos de quienes llegaron asintomáticos a consulta,
               luego de sus trabajos, a pedir exámenes y que les recete descanso a causa
               del nuevo virus. Por supuesto no lo hice, eso no es ético ni responsable.

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