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dos médicos para la jornada que venía por delante, y dos licenciadas que
               acompañarían; de hecho, una de ellas solo la mitad del tiempo.

                   Ante la situación estaba preocupado; solicité más personal, pero no
               había disponibilidad, entonces distribuí las funciones: el compañero se
               haría cargo de hospitalización y de emergencia de pacientes no respirato-
               rios; cada licenciada en dichas áreas, y yo atendería solo la emergencia de
               pacientes sintomáticos respiratorios. Ese día fue brutal. A mi cargo tenía
               tres camillas e igual número de tanques de oxígeno, con la disposición
               de estabilizar a los pacientes, seguir el protocolo, suministrar medicación
               endovenosa, oxigenoterapia según corresponda mediante mascarilla con
               reservorio. En caso de complicaciones debía referirlos al tercer nivel de
               atención.
                  Ese día llegaron seis, al mismo tiempo, todos en estado crítico. De tal
               manera, quienes tenían el peor pronóstico fueron ubicados en las cami-
               llas, en posición de pronación, y el resto en silla de ruedas. Factor común:
               todos requerían oxígeno porque la saturación era inferior a ochenta por
               ciento, así como medicación endovenosa con hidratación. Sumémosle
               que las licenciadas no querían entrar al área indicada, por miedo al con-
               tagio, y lo comprendí. El reto era cómo suministrar oxígeno a todos con
               sólo tres tanques para tal efecto.
                  Pues, cada uno tuvo su mascarilla de oxígeno, y el uso de los conte-
               nedores era intermitente; es decir, si alguno de los tres que usaban pre-
               sentaba mejoría en la saturación, cedía el tanque para los restantes, y así
               el ciclo constante para atender a todos; ciclo que duraba cinco minutos
               para alternar el uso. ¡Qué estrés! No quería que fallecieran mientras con-
               cretaba los trámites de laboratorio y traslado, ya que al menos la mitad de
               ellos necesitaban respirador artificial.
                  Afuera, sin embargo, más personas llegaban en busca de atención. No
               tenía espacio para examinarlos, entonces la decisión fue evaluarlos en la
               sala de espera, y quienes presentaban saturación por encima del noventa
               por ciento, recibían orden de aislamiento domiciliario junto a medica-
               ción, indicándoles los signos de alarma que podrían alterar su estado.
               Respecto a los seis críticos, familiares de tres de ellos solicitaron el alta
               para llevarlos a otros lugares, así que ahora la misión se enfocaba en los
               que quedaron.

                  Al cabo de diez horas, conseguí el traslado de uno de ellos; cuatro
               horas después, el siguiente. ¡Qué jornada! Y el de peor cuadro se quedó a
               mi cuidado. En este momento de la lectura te preguntas por qué no lo re-
               ferí a él primero. Sencillo, seguí el procedimiento establecido en el Triaje
               de Manchester, el mismo que indicaba que si el paciente se encontraba
               en prioridad cuatro, o color negro, podría inclusive fallecer en la ambu-
               lancia; inclusive, pese a todos los esfuerzos no me aceptaron su traslado,


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