Page 297 - Libro_Sars_Cov_2_Digital
P. 297

Nos subimos a la ambulancia, estaba totalmente forrada de plástico
               en su interior, lo cual nos produjo sensación de encierro; el calor nos
               invadió, sudaba, el aire fresco se terminaba lo que empeoraba su condi-
               ción, así que, a pesar de no tener la autorización de algún hospital, nos
               trasladamos al más cercano.

                  Fue un viaje eterno, sofocante, apenas con un pequeño tanque de oxí-
               geno que estaba por terminarse; mientras controlaba sus signos vitales, vi
               como su mirada se llenaba de lágrimas y transmitía miedo, pero el hos-
               pital estaba cerca. Llegamos, y esperé que las puertas de la ambulancia
               se abran de inmediato para estabilizarla, pero no fue así; en realidad, se
               acercaron al vehículo a decirnos lo que ya sabíamos, que no había es-
               pacio. Sentí decepción.
                  Volví a sentarme junto a ella, a llamar a cada hospital de la zona sin
               obtener respuesta. Dos horas más pasaron entre cada contacto telefónico
               y respuesta negativa, además del dolor de estómago que empezó, pues no
               había probado bocado desde que empezó el día. Estaba agotada, la trans-
               piración dentro del traje de protección no paraba; la cabeza y la vejiga
               me iban a estallar. En fin, un montón de molestias que, estoy segura, no
               llegan ni a la mitad de lo que imagino que sentía Doña Lupita y no hablo
               solo del aspecto físico al sentir la falta de aire, si no del dolor espiritual,
               primero al despedirse de su familia pensando en que no los volvería a ver
               y segundo, al ver como pasaban las horas y el sistema de salud le daba
               la espalda. De repente tomó mi mano y dijo: “Gracias Doctorcita, pero
               nadie nos va a ayudar y si tengo que morir no quiero que sea en esta
               ambulancia”. No soporté más y las lágrimas cayeron.
                  Seis de la tarde, se acerca el doctor encargado y al fin una buena no-
               ticia: ¡Nos recibirían! pues se había habilitado una cama. Junto a Juan co-
               rrimos a cumplir con el papeleo de los trámites de ingreso, lo logramos, y
               en la puerta del hospital me despedida de ella. Con su mirada y un “Dios
               le pague Doctorcita” supe que cada minuto de lucha a su lado valió la
               pena. Recordé que esta fue mi motivación para empezar esta hermosa
               carrera, el dar lo mejor de mí con cada paciente a cambio de sus agrade-
               cimientos, luego vino un abrazo de su hijo y me marché.

                  En la noche llegué a casa, tomé una ducha y pensaba en cuánto afectó
               la pandemia a mi ciudad, a mi país, al mundo. El hecho de pelear por un
               lugar en un hospital y no tener tan solo un medicamento que nos permita
               ayudar hizo que me derrumbe, el futuro era incierto.

                  Dos días después regresé al trabajo y me recibieron con la noticia de
               que Doña Lupita había fallecido. Sentí culpa y que le fallé; tal vez si ha-
               cíamos algo diferente, las cosas no hubiesen terminado así. Quizás, si no
               estuviésemos en emergencia, donde todo escasea incluso la empatía por
               el prójimo, ella seguiría con vida.


               Regreso al Indice                                       297
   292   293   294   295   296   297   298   299   300   301   302