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¡NO QUIERO MORIR!
Por: Md. Joselyn Villacrés F.
Cuando decidí estudiar medicina, sabía que habría momentos muy
difíciles que tendría que pasar en esta carrera, pero nunca imaginé que
me tocaría empezar mis primeros pasos como médico en una pandemia.
Nadie en la universidad te prepara para algo así, y aquí les cuento como
ha sido mi experiencia.
A penas llevaba tres meses de graduada, cuando la noticia de que un
virus estaba matando miles de personas empezó a circular por los medios
de comunicación y, siendo sincera, al principio no me preocupé, porque
¿Qué posibilidad había de que una enfermedad que se originó en otro
continente llegara a mi país? pensé que sería algo pasajero, y encontra-
rían pronto una solución, ¡Vaya qué pensamiento para ingenuo! pues no
pasaron ni dos meses y en todas las noticias locales circulaba: ¨Primer
caso de neumonía por SARS-COV2 se registra en Ecuador¨. Tuve una
sensación extraña en ese momento, fue ahí cuando empecé a sentir temor.
Traté de ser optimista y pensé que todo estaría bien, solo era un caso. Si
tuviéramos cuidado y actuaríamos como el gobierno indicaba no pasaría
a mayores, pero no fue así, no se lo tomó enserio y nadie, incluyéndome,
hizo algo para evitar esta propagación, todos aportamos un granito de
arena a este mal.
Siete días después, las cifras de personas contagiadas por esta enfer-
medad aumentaban exponencialmente. Era increíble, pero cierto.
Yo me encontraba trabajando en un centro de salud, dando atención
en el primer nivel, ocho horas al día, y quienes conocen cómo se labora
al ser médico rural pensarán, tal vez, que no es lo mismo a lo que se vive
en un hospital; y sí, es verdad, son dos mundos opuestos, pero el senti-
miento que te invade al ver frente a tus ojos morir a un paciente, con la
impotencia de no poder hacer nada para que ese virus no te lo arrebate
de las manos, es el mismo que cualquier miembro del personal de salud
sintió en este tiempo.
Recibía a los pacientes con una actitud positiva, intentando trasmi-
tirles tranquilidad, pero notaba en sus miradas que ellos sentían lo mismo
que yo: miedo. Pero no había opción, estábamos en primera línea de aten-
ción, los héroes sin capa nos llamaban, y solo quedaba continuar. En
todas las casas de salud la demanda era inimaginable, aumentaban las
personas enfermas, disminuía el personal médico, motivo por el que fui
trasladada de sitio de trabajo a un lugar en el que viví una experiencia que
marcó mi carrera.
Era un sábado, diez de la mañana, cuando se acerca a mi lugar de aten-
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