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resultan afectados y estoy seguro de que en el devenir la atención tendrá
               que ser mayor, dadas las experiencias de otras ciudades locales y ex-
               tranjeras. En efecto, la situación se descontroló tres semanas después,
               generando en todos nosotros altísimos niveles de estrés, debatiéndonos
               entre aquellos que lo iban superando y quienes no podrían hacerlo. La
               demanda de respiradores en la unidad de cuidados intensivos era muy
               alta, respecto a la cantidad de dispositivos para satisfacerla. Un escenario
               crítico.
                  Era difícil ver a varios colegas en la misma situación, requiriendo cui-
               dados especiales e intubación, transitando el mismo camino entre la vida
               y la muerte; algunos tampoco lo lograron y fueron declarados “Héroes de
               blanco” habiendo dejado su alma en pos de salvar otras.
                  He pasado ocho, diez, doce y hasta veinticuatro horas en el hospital,
               casi sin parar, esperando encontrar un momento de descanso antes de
               volver  a la  guardia  siguiente.  Qué alivio  era  quitarme  el  quitarme  el
               equipo de protección especial, más allá de las dolorosas marcas en el
               rostro; era un momento único previo al lavado de manos y cambio de
               ropa para abandonar el lugar, entregando el turno a colegas muy capaces,
               que con la lucidez necesaria podrían atender todos los casos.
                  En casa, después de un minucioso proceso de higiene y desinfección
               personal, cambio de ropa, y lavado de manos, es que podré estar media-
               namente cerca de los míos, sintiendo la inagotable felicidad de verlos
               sanos y salvos un día más, confiando en no ser portador y que todas las
               medidas tomadas cumplan su función.

                  Durante  la  noche  el  insomnio  ataca.    “¿Cuántos pacientes  de  los
               que atendí hoy tendrán pruebas con resultado positivo?” “¿Cuántos
               regresarán con fiebre incontrolable o con insuficiencia respiratoria?”
               “¿Cuántos acabarán intubados?” “¿Qué será de  ellos?”  “¿Cuántos
               casos más veremos mañana, pasado o en una semana?” “¿Cuántos de
               nuestros colegas caerán enfermos frente a este virus invisible y devas-
               tador?”  Muchas preguntas que quedarán en incógnita, otras tendrán res-
               puestas, algunas dolorosas.

                  Pese a toda esta cruel realidad, en los ojos de muchas personas está la
               esperanza y la fuerza para seguir. Alienta saber que todo el personal de
               salud del mundo estamos enfocados en salvar vidas y encontrar pronto
               la cura para este mal. “¿Cuándo llegará la vacuna?” Es ahora la gran
               inquietud del 99% de la humanidad. Entretanto, a cada momento se reco-
               mienda las medidas de prevención para mitigar la propagación del virus
               lo más que sea posible. Seguiremos enfrentando cada guardia con ánimo
               y entusiasmo, fe y compasión.
                  Es importante reconocer que el ingreso de pacientes a disminuido,
               respecto a meses anteriores, pero no ha desaparecido. Esa rebaja es una

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