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amigos a quienes aprecio porque fueron parte fundamental de mi vida
            estudiantil, pero también con nervios ante lo que podría encontrarme y
            temor al haber sido asignado al área de Covid-19. A pesar de que sé que
            para eso me eduqué profesionalmente, la posibilidad de contaminarme
            o transmitirlo a mi familia me provocaba duda respecto a la decisión de
            entrar a aquel sitio, entre ellas: “¿Será lo mejor?” “¿Pondré en riesgo a
            mi familia?” “¿Correré peligro?”.

               El día que me convertí en médico juré que “La salud y la vida del pa-
            ciente serán las primeras de mis preocupaciones” y el recordar la frase,
            así como a todos los momentos y personas que aportaron en este largo
            camino de preparación, fue como inyectarme un antídoto para el inquieto
            estado anímico que empezaba a tener, aun sin empezar a trabajar; por lo
            tanto, la decisión se hizo firme y enfrentaré a la pandemia lo mejor po-
            sible para salvar cuántas vidas pasen por mis manos, porque todos serán
            padres, madres, abuelos, hermanos, hijos. “El sacrificio valdrá la pena
            para cumplir con esa gran misión” me repetía, mientras rogaba al Mé-
            dico de médicos que me mantenga a salvo del virus y, por lo tanto, a mis
            seres queridos y amigos también.

               Desde el primer día de trabajo los turnos fueron muy largos, pues
            toda la rutina tradicional del hospital cambió con la llegada de esta enfer-
            medad, y más con el crecimiento exponencial de visitas al centro asisten-
            cial presentando síntomas respiratorios relacionados; por lo tanto, se ha
            establecido un sistema de vigilancia estricto para evitar la propagación.
            Además, acostumbrándonos médicos, enfermeras,  auxiliares, personal
            de limpieza, laboratorio, fisioterapia y guardias, al incómodo traje que
            una vez puesto significaba que en las próximas doce horas, al menos, no
            existía la posibilidad de comer, beber o ir al baño, sintiendo en la piel las
            marcas que dejaban las tiras que sujetan las mascarillas, y el filo de las
            gafas alrededor de los ojos. Eso o contagiarse, no había elección.

               El personal encargado de la entrada verificaba los signos vitales antes
            de pasar al diagnóstico, producto del cual la mayoría podía volver a sus
            casas al tener síntomas leves que podían manejarse adecuadamente, cum-
            pliendo con el aislamiento de catorce días y las instrucciones otorgadas.
            Sólo en caso extremo de recrudecimiento de sintomatología podían re-
            gresar. Mientras tanto, en el área Covid, atendemos a los pacientes con
            cuadros más graves.
               Para entrar en las habitaciones donde se encuentran los confirmados,
            las medidas de bioseguridad eran más rigurosas, especialmente al mo-
            mento de la examinación, que significaba estar frente a frente con el ma-
            licioso virus.
               Tomo conciencia cada día que esta enfermedad no discrimina edad,
            sexo, raza, religión, grupo prioritario o situación económica, pues todos

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