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“Sí, a causa de este virus mi padre falleció hace dos días y mi madre está
               hospitalizada en este mismo lugar desde hace dos semanas, y no sabe lo
               sucedido”.  Contuve las lágrimas, respiré profundo y me acerqué para
               darle un abrazo. “Siento mucho su pérdida. Usted tiene que ser fuerte y
               crea con todo su corazón que este virus no se llevará a más miembros de
               su familia, ni a Usted. Tenga fe” le dije. Presentaba neumonía por coro-
               navirus y tuvo que ser hospitalizada.

                  Y un nuevo caso: adulto joven con antecedente de esquizofrenia, tam-
               bién infectado por el virus y dependiente de oxígeno. Cuando le expliqué
               la situación, él me dijo que su familia no le creía que se sentía mal. Salí
               a buscar a algún familiar para dar información y entregar la mochila que
               traía consigo, pero nadie apareció, y tampoco logré contacto telefónico
               a pesar de los muchos números que marqué. Él estaba solo, enfrentando
               una  enfermedad desconocida. No supe qué  decirle  y hubiera  querido
               tener una respuesta, porque no imagino lo que él sintió al estar solo y sin
               apoyo.

                  Ya era de noche, momento de entregar información a los familiares,
               así que junto a mis compañeros salimos a cumplir la misión. Intentamos
               caminar hacia la carpa que hace de sala de espera, pero toda la gente allí
               presente nos rodeó, sin importarles distanciamiento o que tuviéramos el
               virus en la ropa. Querían saber sobre sus seres queridos, ser los primeros
               en preguntar, a cualquier costo. En esfuerzo conjunto con el personal de
               trabajo social, logramos ordenar la situación, ubicarnos en el lugar desig-
               nado y que ellos se encarguen de llamar, vía megáfono, a quienes indi-
               quemos para transmitir la información. Por lo tanto, sería un encuentro
               casi exclusivo, sentados, manteniendo la distancia respectiva.
                  Bajo mi responsabilidad, tenía una docena de pacientes que aún se
               encontraban en emergencia, a la espera de cama en hospitalización, sin
               contar con aquellos que hace pocas horas ingresaron y seguían expec-
               tantes de los resultados de sus exámenes. Hermanos(as), esposos(as), hi-
               jos(as) buscando buenas noticias, llenos de esperanza por escuchar que
               sus familiares no tenían el virus.  ¿Cómo explicar con sabias palabras
               el estado de esas personas, sin afirmar una recuperación, pero sin des-
               vanecer sus esperanzas? Hice lo mejor que pude y regresé a mi sitio de
               trabajo, con mil cosas en mente y muchos pendientes.

                  Al instante, otro caso. Un hombre con la mirada perdida, solo respon-
               diendo al interrogatorio con sí o no. Cada cubículo tenía al menos seis
               pacientes, quienes tratan de conversar entre ellos, pero él es el único que
               permanece callado. Cuando le informé que, por su estado de salud, debía
               ser trasladado a cuidado intermedios, me dijo: “Ya sabía que iba a pasar
               por lo mismo, toda mi familia está con esto, he perdido a muchos”. Lo
               llevé a la otra área y le expliqué que había que colocarle un avanzado
               dispositivo para que su cuerpo se oxigene mejor.

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