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Ante mis ojos atónitos, veía ingresar, salir y morir muchos pacientes
            cuyos rostros están grabados en mi memoria. La cantidad de enfermos
            graves,  obligó  a  crear  la  unidad  de  cuidados  intermedios,  un espacio
            donde los usuarios esperaban su traslado a cuidados intensivos (UCI);
            ahí, en cuanto se liberó una cama, ingresó una mujer de 50 años similar
            a mi madre, en muy mal estado, con requerimiento de oxígeno a altos
            flujos, fijada a un dispositivo adaptado para recibir ventilación mecánica
            no invasiva. Estaba desesperada, tenía sed de aire y no podíamos hacer
            nada más, agonizaba mientras me miraba. No duró mucho tiempo, la
            sedamos un poco para que parta con dignidad, entonces me acerqué y le
            dije vaya nomás señora “Teresa”, descanse que allá no hay Covid. Acto
            seguido murió.
               Junto a ella estaba Don “Jaime”, un veterano de 72 años, llevaba va-
            rios días ahí. Su evolución era estacionaria, pero ese turno se mostraba
            más inquieto, ya no quiso alimentarse, no aceptaba procedimientos, es-
            taba cansado. Un colega me entregó un mensaje de sus hijas, y su familia
            estaba clara de que el pronóstico del abuelo era malo y que no tenía es-
            pacio para ingresar a UCI; sin embargo, el audio era de aliento: “¡Res-
            pira papito, no olvides respirar! Nos dijeron que estás mejor ¡Todos te
            esperamos en casa!” Agradeció el recado asintiendo con la cabeza, pero
            eso, es precisamente lo que le faltaba: "aire para respirar". También más
            tarde falleció.
               En nuestra formación aprendemos a hacer todo lo que esté al alcance
            por salvar una vida, a no rendirnos, pero esto sobrepasó todas las posibi-
            lidades. ¡No nos enseñan que la muerte es parte de la profesión! En una
            ocasión, el hospital sumó treinta muertos en un solo día. ¡No lo podía
            creer! Jamás pensé que vería morir tanta gente en poco tiempo. No vimos
            morir personas, vimos morir una generación cuyas vidas fueron arran-
            cadas, cuya historia quedó truncada.

               También hubo momentos de alegría, imposible olvidar a Don “Luis”,
            con larga estancia hospitalaria y mal pronóstico pero que, aferrado a la
            vida, en cada turno me decía: “¡Doctorcita no podré reconocerla cuando
            la vea en la calle! ¡Ya me siento mejor! ¡Mi familia me espera!” Él tuvo
            suerte, evolucionó favorablemente, logramos quitarle el oxígeno y hacía
            su terapia animado “¡Ya levanto tres bolitas, míreme!” comentaba, refi-
            riéndose al incentivómetro  . Salió a su casa, caminando y agradecido.
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            Representa los instantes de felicidad que vivimos cuando alguien mejora,
            se recupera y regresa con su familia.

               La pandemia también develó inconsistencias políticas, sociales y eco-
            nómicas, motivo de otras líneas en espacios diferentes. Es que ha sido el
            origen de un montón de aristas que surgieron del mismo punto, varias de
            ellas sin resolución.


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