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INICIOS DE MI RESIDENCIA MÉDICA
Por: Md. Jorge Arnoldo Sánchez Vélez.
Habían transcurrido dos meses desde que culminé el año de medicina
rural, y se me presentaba por fin la oportunidad de trabajar y regresar a
las salas de hospital, era algo que anhelaba. Todo comenzó el día que me
llamaron para firmar un contrato en una ciudad situada a cuatro horas
de mi localidad; entonces ante la rapidez que la firma requería, tomé el
transporte interprovincial, sin previo aviso, mochila al hombro con pocas
piezas de ropa y listo, a cumplir el trámite. Llegué, estampé el autógrafo,
y fui notificado que tenía que empezar a trabajar de manera inmediata,
entonces a reorganizar la vida de un minuto a otro.
A los pocos días mis padres llegaron con víveres y ropa, me visitaron
un momento y regresaron a su hogar. Fue un golpe de suerte, cargado
de amor paternal, dado que esa misma noche de marzo fue decretada la
emergencia nacional.
Era una película de ficción hecha realidad, de repente y sin imagi-
narlo; ya no había transporte, todos recluidos en casa con prohibición de
salir a menos que sea emergente, locales cerrados, la situación laboral
transformándose, etc. Lo único que se mantenía disponible, y también
modificando sus procedimientos a toda velocidad, era la atención de
salud; inclusive los aeropuertos se cerrarían en los próximos días, con el
fin de que varios compatriotas puedan retornar, así como extranjeros lo
hagan a sus países. ¡El mundo detenido! Me quedé pensando en lo opor-
tuno de cómo se suscitaron los eventos; probablemente si mis padres no
aparecían, yo hubiese estado realmente complicado, sin comida y ropa;
si decidían quedarse conmigo esa noche, no hubieran podido regresar a
casa. Todo fue perfecto.
Bueno, ya en el hospital, fui asignado al servicio de pediatría, lejos de
la recién inaugurada área de aislamiento para SARS-COV-2, lo cual me
generaba tranquilidad, lo reconozco, puesto que la normalidad de las fun-
ciones establecidas se mantenía; es decir, despertarme temprano, asistir
al trabajo en el horario asignado, cumplir con lo requerido, y volver al
aislamiento domiciliario hasta el momento de volver, de acuerdo al ho-
rario establecido. Sin embargo, esa cotidianidad se alteró semanas des-
pués, luego de un pesado turno, al recibir la notificación telefónica de que
pasaba a ser parte del área de aislamiento, desde el día siguiente, para
apoyar en el contexto de la emergencia. En auténtico shock y de manera
automática contesté “Está bien” mientras la jefa me daba indicaciones del
otro lado de la línea.
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