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Esa misma noche, luego de la llamada, pasé al departamento de unos
            amigos oriundos de Manabí como yo, en el mismo condominio, para
            comentarles lo que me acababa de suceder, con el cruce de sentimientos
            correspondiente y la urgente necesidad de compartirlo con alguien que
            no sean mis padres. Es que el miedo fue inmediato, ante la posibilidad
            de contagio o muerte, inclusive, pero al mismo tiempo me emocionaba
            formar parte del personal de salud que estaría en primera línea de aten-
            ción, velando por la salud de los compatriotas. Pasamos una noche de
            distracción y mucho diálogo. Al día siguiente ellos retornaron a la tierra,
            y yo me quedé solo, en una ciudad extraña.
               Desde el primer momento en el servicio de medicina interna, las lec-
            ciones llegaron, empezando porque era la primera vez que usé el Equipo
            de Protección Personal (EPP), con el calor que generaba el traje y las
            gafas que se empañaban, tanto que se hizo frecuente entre nosotros re-
            petir la frase que “sólo quien lleva este equipo sabe lo que es entrar al área
            de aislamiento”. Ya adentro, había tres pacientes, uno en estado crítico y
            dos estables con indicación de alta, de hecho, se habilitó la Unidad de
            Cuidados Intensivos (UCI) para SARS-COV2, a la que el paciente crítico
            fue trasladado mientras que los restantes esperaban por una ambulancia.
               De hecho, a velocidad se estructuraban los protocolos para transporte
            de pacientes contagiados, con el fin de tener un vehículo destinado para
            el efecto. Es que era una secuencia veloz de eventos por resolver sobre la
            marcha, dado que ya se recibían llamadas para ingreso de pacientes respi-
            ratorios, pero físicamente el espacio designado no estaba listo. Todo esto
            en el primer turno, en el que todo era nuevo tanto para el médico tratante,
            la licenciada y yo, en calidad de residente. Estábamos entendiendo cómo
            enfrentar tremendo reto.

               A posteriori los pacientes llegaron mientras desempolvaba los apuntes
            y memorias de varios temas, ya que en gran parte dependían del servicio
            que yo les brindaba. Más de un año había pasado desde la última gasome-
            tría que realicé, pero “al buen músico el compás le queda” entonces, para
            adelante. En apenas un instante, él área estaba llena, situación que nos
            llevó a adecuar un nuevo espacio, con más camas para atención. De dos,
            pasamos a cuarenta pacientes, sin darnos cuenta cómo sucedió.
               En el devenir, nos organizamos como servicio, además de que varios
            colegas se sumaron al área, tanto lo que ya pertenecían a la unidad como
            los que fueron contratados, dada la tendencia alcista de contagio, por lo
            que el hospital cerró algunas dependencias y se convirtió en lugar centi-
            nela de Covid-19 en la provincia, para atención exclusiva de estos casos.
            Es y ha sido una gran experiencia, hasta la actualidad, ser parte de esta
            aventura médica desde su inicio.



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