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oftalmólogo. Tras varios meses de arduo estudio, evaluación tras evalua-
            ción, los resultados arrojaron un empate para la plaza de residencia en
            dicha especialidad, cuyo desenlace no fue el que había esperado.
                La vuelta al Ecuador coincidió con la llegada del primer caso de
            Covid-19 a territorio nacional, lo que me significó aislamiento al venir
            del extranjero. De la noche a la mañana todos mis planes cambiaron o
            se esfumaron: sin especialidad, trabajo y encerrado. Necesitaba volver
            a trabajar, no había otro camino, y qué mejor que en un hospital dado el
            colapso que todos tenían a nivel nacional, con el ya descrito miedo de
            convertirme en portador y que los míos terminen enfermos. ¡Tremenda
            paradoja de la vida y el destino! En la búsqueda, encontré una fundación
            dedicada a servir a personas con VIH y enfermedades catastróficas; por
            supuesto, sin fines de lucro y con colaboradores internacionales. Además,
            con actividades de servicio social dirigida a personas de escasos recursos
            o en condiciones de mendicidad. Me puse a voluntaria disposición, y
            empezó un nuevo reto para mí.

               Encontré varios casos con patologías crónicas, cuyos controles es-
            taban retrasados, ante el miedo de asistir a un centro de salud para cum-
            plir con esos pasos, por el miedo al contagio, que sería catastrófico. Elegí
            esta posibilidad permitiendo que mi corazón y espíritu se llenen de satis-
            facción, dando todo de mí sin esperar recibir nada a cambio, más que la
            satisfacción de servir a quienes lo necesitaban con urgencia. Importante
            he de recalcar que las personas que allí laboraban eran expertos en en-
            tregar amor, calidez y solidaridad a sus usuarios.

               Me presentaron ante el fundador de la organización, quien se quedó
            sorprendido al saber que un profesional de la salud estaba dispuesto a
            entregar sus servicios sin esperar retorno alguno, como se esperaría. Al
            principio fue esquivo; no obstante, con el paso del tiempo la confianza
            fue sembrada y cosechada en excelencia, de la mano de cada valoración
            y con tratamiento entregado a los pacientes, luego de clasificar el inven-
            tario de medicamentos disponible en la fundación.
               Recuerdo el caso de un paciente masculino, treinta y cinco años con
            VIH positivo, quien presentaba linfadenopatía a nivel de región inguinal
            y axilar, sin haber tenido atención oportuna en hospitales de la ciudad.
            Presentaba dolor al caminar y era necesario realizar una biopsia de los
            ganglios para saber la causa de la patología. Al no ser cirujano no podía
            atender el caso de manera adecuada, y dadas todas las complicaciones
            de la pandemia, era urgente encontrar ayuda. Me contacté con un amigo
            quien sí podía hacerlo, le expliqué la situación con todas sus considera-
            ciones, y se ofreció a atenderlo de manera gratuita con el fin de tener el
            diagnóstico adecuado para iniciar el tratamiento.



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