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Sí, había borrado sus recuerdos recientes, quien sabe si nos recordaba
a las nietas y nietos, o a sus hijos; lo que sí es fidedigno es que nunca
se olvidó de Charito, el amor de su vida, con quien, estaría próximo a
cumplir sesenta y un años de casados. El vivir lejos el uno del otro, ya
era triste y nostálgico, agudizándose con el paso de la pandemia el dolor
de la distancia y la ausencia. Día a día, nos abrazábamos a los recuerdos,
confiando y quizá rogando a algún poder divino, que el virus no toque las
puertas de la casa de reposo.
Pasaron los meses, hasta que un brote de enfermedades respiratorias
sacudió la tranquilidad de los residentes y por supuesto, alarmó a los
cuidadores del asilo, dado que tres de los pacientes, en categoría de cui-
dados avanzados, cursaban un cuadro de infección sugerente a neumonía
adquirida en la comunidad; Copito era uno de los afectados. Recibimos la
noticia con relativa resignación. No podíamos verlo, ni llevarlo ninguna
otra casa de salud de la red de su seguro privado, ya que, por esos días,
cumplir con la cuarentena representaba un sinnúmero de restricciones, de
movilidad principalmente, entre otras. El único camino era confiar en el
profesionalismo y asistencia médica, siempre oportuna, del personal del
asilo.
A diario recibíamos noticias sobre su condición, estable, dentro de
los limitantes ya descritos de su propio cuadro previo. Los insumos y
medicamentos que requería eran entregados con suma puntualidad, tal
como había sucedido desde que llegó a ese lugar. Pero llegó el día en que
su salud decayó en un santiamén, razón por la cual, decidimos realizarle
todos los test para la Covid-19, dando como resultado positivo, tal como
era de esperarse. Quizá en su momento, buscamos culpables y responsa-
bles de aquel contagio, pero era inútil, ni con todas las normas estrictas de
bioseguridad que se practicaban se pudo evitar que el enemigo silencioso
traspase los muros de la casa de reposo.
No había nada más que hacer, sino esperar, aferrándonos a la espe-
ranza de que, a sus casi noventa y un años, su cuerpo de roble y su fuerza
vital, resistan la enfermedad. Creíamos que no podía suceder algo más
catastrófico que contraer el virus, siendo una persona en condición de
vulnerabilidad, pero estábamos equivocados, dado que también sufrió
un accidente, que le representó otra complicación en su ya quebrantado
estado de salud; como resultado un trauma craneoencefálico leve, por
la caída. Los cuidados básicos de la casa hogar ya no eran suficientes,
ante la notoria disminución del estado de conciencia, lo cual era evidente
señal de que necesitaba cuidados intrahospitalarios, exámenes comple-
mentarios de imagen, suministro de oxígeno a grandes flujos para com-
pensar su hipoxia, principalmente.
Pues bien, esa tarde lluviosa de viernes, fuimos a su encuentro. Mi
hermana, mi primo y yo teníamos el corazón atravesado por una daga de
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