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UNA NOCHE EN EL COVIDTARIO
Por: Md. Samantha Mishell Tandazo Condolo
Cada vez que entraba al área de aislamiento - Sala Covid, la adrena-
lina aumentaba. Me volvía diaforética, taquicárdica, y responsabilizaba
al uso de las prendas de protección y no al temor de contagiarme del
temido y ahora famoso “coronavirus”.
Corroboraba a través del espejo, e interrogaba a mis compañeros de
turno, una y otra vez, que esté colocado correctamente el Equipo de Pro-
tección Personal (EPP). Mientras vestía el traje de “astronauta”, me tras-
ladaba a las noches y madrugadas de estudio de la época universitaria, en
las que siempre pensé que algún día ayudaría a alguien a respirar mejor,
literalmente. Ese día era mi oportunidad.
Recibí el turno hospitalario, con un paciente ya conocido por el equipo
de guardia, puesto que tres meses antes ya lo habíamos tratado por otra
patología. Ahora estaba hospitalizado en sala de aislamiento con diag-
nóstico de Enfermedad Respiratoria Aguda por Covid-19, en condición
crítica, inestable, con signos vitales descompensados.
Al escuchar nuestro saludo, durante el pase de visita y entrega de
guardia, con dificultad abrió sus nublados ojos, se veía decaído, agitado,
cada respiración lo agotaba más y el mínimo esfuerzo que realizaba lo
ahogaba de sobremanera.
Inicié el turno tomando una muestra sanguínea para un examen de ga-
sometría arterial; el simple hecho de buscar la arteria radial, se había con-
vertido en todo un reto. El visor, las gafas de protección, la mascarilla,
crearon una película nublada que me impedía visualizar la extremidad,
sumado a la complicación para sentir las pulsaciones con normalidad,
dado el uso de tres pares de guantes. Después de múltiples intentos fa-
llidos y varios pinchazos conseguí el objetivo.
Mientras realizaba el procedimiento, me contó acerca de su estadía en
el “Covidtario”. Cada palabra emitida era más débil que la anterior, su
respiración jadeante, facie pálida, fuerza muscular disminuida, eviden-
ciaba que su pronóstico era reservado. También manifestó los planes que
tenía por ejecutar al salir del hospital, diciéndome: “Doctorita, ¿A Usted
le gusta el quesillo con panela? Tengo unas vaquitas que ordeñamos.
Cuando salga de aquí les voy a invitar a todos a mi finca y nos come-
remos un chanchito, pero ya mándeme con el alta”. Sonriendo le acepté
la invitación y le dije que primero tenía que recuperarse.
La guardia transcurría con aparente tranquilidad. Continué con las
actividades habituales, llenando formularios, escribiendo recetas, descar-
gando medicación y solicitando exámenes. De pronto, la licenciada se
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