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Durante la anamnesis no refirió nexo epidemiológico que denote in-
fección por SARS Cov-2, pero era un caso sospechoso. Ahora que lo
pienso, al escribir estas líneas, pudo considerarse como una enfermedad
inflamatoria multisistémica, dada la definición de caso que apareció
tiempo después, documentada en reportes sanitarios. Me retumbaban en
la cabeza las palabras de su madre cuando llegaron ante mí, lo que me
hizo pensar en una Meningitis. La pregunta por responder era: ¿Bacte-
riana o Viral? Le expliqué a la madre el diagnóstico presuntivo y su res-
pectivo tratamiento, quién autorizó de inmediato el ingreso hospitalario
de la criatura.
Para ese momento habían transcurrido dos horas desde que llegó la
paciente. Al tratarse de un cuadro de notificación epidemiológica inme-
diata no podía dejar pendientes para el compañero que ingresaba al turno,
así que decidí ir hasta el final, solicitando los exámenes correspondientes
para dicha patología. Dentro del procedimiento, perfecto, pero me era
imposible descartar la posibilidad de Covid-19, lo cual me causaba es-
trés y preocupación. En fin, ingresó al área de infectología en el ser-
vicio de hospitalización, con la esperanza de que no sea una infección
por coronavirus.
Una semana después, luego del cambio de servicio, para todos
quienes estuvimos en emergencia respiratoria, llegué al lugar donde se
encontraba hospitalizada la niña. Me alegró verla mejor, y mucho más
con el descarte de infección por Sars-Cov-2; sin embargo, aún no había
diagnóstico respecto al foco de infección, el mismo que produjo rigidez
en la nuca, desviación de lengua y dificultad para deglución. “¿Qué po-
dría ser?” me preguntaba todo el tiempo. Para esto, los registros ya te-
nían dos tomografías, una resonancia magnética nuclear con resultados
normales, al igual que los exámenes de laboratorio. Estábamos en un au-
téntico laberinto, potenciado con la emergencia sanitaria, sin transporte,
ambulancias ocupadas y con la limitante de que los hospitales de mayor
complejidad no recibían pacientes cercanos a su jurisdicción. ¡El tiempo
nos comía! Más allá de la lenta recuperación de la pequeña.
Seguimos con los estudios, buscando causas en otros lugares. Para
esto, se le realizó un electrocardiograma, el mismo que arrojó como re-
sultado hipertrofia ventricular izquierda, lo que me –y nos- llevó a su-
poner la presencia de trombos que hubieran afectado los pares craneales;
pero no, la valoración cardiológica pediátrica, también fue normal, como
todo lo anterior, dentro del contexto. Viví la dicotomía de la angustia ante
no saber qué sucede, acompañada de la alegría de la niña que se transfor-
maba en el impulso para continuar con la batalla.
Una última carta por jugar: Angioresonancia cerebral con espectro-
metría, solicitada por el neurólogo pediatra. “¡Bingo!” gritamos, ante la
aparición de lesión que sugería trombosis e isquemia. Buscando la con-
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